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domingo, 2 de febrero de 2014

Un paseo por Peña Escrita.

"¡Oh vosotros, quienquiera que seáis, rústicos dioses que en este inhabitable lugar tenéis vuestra morada: oíd las quejas deste desdichado amante...!"

(Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha)


Hay quien ha querido ver en estas palabras de Don Quijote la primera referencia a las pinturas rupestres de Peña Escrita, ubicadas en el actual término municipal de Fuencaliente (Ciudad Real), en plena Sierra Madrona. Yo no sé si es verdad, pero me gusta imaginarlo. En cualquier caso, su primera descripción científica data de 1783 y se la debemos al párroco de Montoro, D. Francisco José López de Cárdenas. La memoria que escribió puede consultarse gracias a la versión digital del Instituto Cervantes.

Como es un sitio que me gusta mucho, he estado por allí esta mañana haciendo unas cuantas fotos. Para llegar hasta ellas se debe tomar la carretera N-420 y coger el desvío que hay casi a la altura de Fuencaliente. Aunque el camino está algo accidentado, creo que cualquier turismo puede acceder sin problemas. Hay tres ramales: uno hacia las "lastras", otro hacia las pinturas de "la Batanera" y un tercero hacia Peña Escrita. Se llega conduciendo hasta el pie del cerro y luego hay una breve (pero empinada) subida a pie.

Vista de Peña Escrita desde el aparcamiento.
Las pinturas están situadas en un gran farallón de cuarcita, tan expuestas a las inclemencias del tiempo que parece mentira que hayan aguantado hasta hoy. Son una de las manifestaciones de arte rupestre más modernas que se conocen, pues solo tienen entre 3000 y 5000 años (a los bisontes de Altamira se les calcula unos 14.000). Están realizadas por civilizaciones neolíticas, por gentes de la Edad del Cobre y la Edad del Bronce, que ya practicaban la agricultura y la ganadería, que conocían la cerámica y la metalurgia. 

Este arte esquemático no tiene nada que ver con el espectacular naturalismo de Lascaux o Altamira. Es una pintura simbólica, que representa conceptos cuyo significado no entendemos. Sencillamente, no sabemos traducirlas; nos falta el contexto cultural para hacerlo. Es como si nuestra civilización se extinguiera y, en el futuro, un arqueólogo que no supiese nada del cristianismo viera una cruz. La vería, pero no tendría ni idea de lo que esas dos simples líneas perpendiculares suponían para la cultura que las dibujó. Pero esto no quiere decir que no podamos hacer hipótesis.

Vista general de los paneles 1, 2 y 3 los mejor conservados.

El abrigo se divide en varios paneles con pinturas, de los cuales los mejor conservados son el 1, 2 y 3. El panel 1 o de las "paridoras" es el más emblemático y espectacular. Este nombre se debe a la abundancia de figuras femeninas con las piernas abiertas (se distinguen fácilmente de las masculinas porque los órganos sexuales de ambos están muy marcados). Bajo una de ellas hay lo que parece el dibujo de un recién nacido (nº 1 en la foto de abajo, podéis pulsar para ampliarla. Lo mismo con todas las demás), pero esta interpretación no está nada clara. 

Panel 1 o de las "paridoras".
Algunas figuras tienen una especie de antenas, que podrían ser peinados o máscaras rituales. La abundancia de parejas ha llevado a algunos investigadores a proponer que Peña Escrita pudiera ser un lugar relacionado con la fertilidad, una especie de santuario donde irían a unirse las parejas, quizá mediante algún rito parecido al matrimonio.

Panel 2.
El panel 2 es más difícil de interpretar. En la foto de abajo se pueden distinguir, de izquierda a derecha dos "ramiformes" que se han interpretado como figuras humanas, aunque yo solo le veo parecido a la de la esquina inferior izquierda. En la parte derecha hay dos antropomorfos femeninos con cabeza triangular, que pueden ser ídolos.

Ramiformes e ídolos en el panel 2.
En este mismo panel hay unos curiosos símbolos tectiformes o "peines" (ver abajo), de los cuales se ha dicho que son el dibujo de un corral, de una manada de animales (por abstracción de las patas) o incluso sistemas de cuentas. En resumen: que no tenemos ni idea. Encima de uno de ellos se puede ver un antropomorfo en forma de "pi" griega. Lo de arriba del todo es un ídolo, aunque a mí me parece un animal con cuatro patas.

Panel 2: Tectiformes, antropomorfo en "pi" e ídolo en la parte superior.
El panel 3 consta de menos figuras, pero están muy bien conservadas y parecen más familiares. De arriba abajo se puede ver una mujer dibujada de forma muy abstracta (solo se le representa por sus órganos sexuales), bajo la cual hay un animal muerto (con las patas hacia arriba). Más abajo hay una pareja de hombre y mujer, a los que acompaña un animal: seguramente el perro doméstico. Por último, un símbolo solar, de sentido religioso.

Panel 3: Mujer, animal muerto, pareja con perro y sol.
El panel 4 tiene algunas figuras mejor conservadas que otras. En general, son antropomorfos. Me llama la atención el de la foto de abajo, en la esquina superior izquierda, que parece tener una máscara o un tocado muy grande en la cabeza. Justo debajo hay un ídolo oculado (porque tiene marcados dos grandes ojos) y un símbolo solar.

Panel 4: Antropomorfos e ídolos.

Las figuras del panel 0 no son muy visibles:

Panel 0.
En el pequeño panel 0' destaca la figura esquemática de un ciervo y, justo encima, un antropomorfo masculino. No se ven muy bien, pero bueno.

Panel 0': Ciervo y antropomorfo masculino.
Las pinturas del panel 5 no son visibles debido a que, en septiembre de 1991, Tomás, Ramón y algunos de sus amigos decidieron destrozarlas.

Panel 5: La cara de Matutano encima de las pinturas.

Lo mismo ocurre con el panel 6:

Los graffitis del panel 6.
Es de vergüenza que uno de los yacimientos de arte esquemático más importantes del mundo, Monumeno Nacional desde 1924, haya sido hecho polvo de esta manera. Ahora las pinturas tienen rejas para protegerlas de nosotros mismos. No de los pastores, ni de los agricultores ni de los cazadores, ni de todas esas generaciones que han pasado por aquí y han sabido respetarlas; sino de la gente de mi generación, la gente de los años 90, la que va a la escuela y se supone alfabetizada.

Las pinturas, protegidas de los seres humanos.

Pues nada, que vayáis a verlas, que son muy bonitas, no vaya a ser que cualquier mañana nos despertemos con la noticia de que también se han cargado los otros paneles. Pasaréis un buen día en plena naturaleza.

Vistas desde peña escrita: pinares de repoblación.

Para saber más, tenéis a vuestra disposición un libro completo en PDF, lleno de ilustraciones, con todas las pinturas rupestres del Valle de Alcudia y Sierra Madrona:

martes, 31 de diciembre de 2013

Reflexiones históricas de fin de año

(Pastora con su rebaño, Millet).

El principal problema con el que nos encontramos los historiadores es que nuestro objeto de estudio, que es el pasado, ya no existe. No podemos hacer experimentos con él, ni tocarlo, ni verlo, ni oírlo. Lo único que tenemos son los rastros que las sociedades humanas han dejado tras de sí: documentos, herramientas, nombres, restos materiales, paisajes. Con todo eso, tratamos de explicarnos, como decía Hobsbawm, por qué el pasado se ha transformado en presente. El reto no es pequeño y conlleva una gran responsabilidad: la sociedad conoce el pasado a través de los ojos de los historiadores. De alguna manera, somos los intérpretes de ese pasado. Es nuestra obligación ser honestos a la hora de construirlo. Suena muy postmoderno, pero es verdad. Puesto que el pasado no existe, lo único que puede conocerse de él son las (re)construcciones intelectuales que hacen los historiadores, desde un tiempo y unas preocupaciones que son las del 2013, no las del año 1000 ni las de 1931.

Ocurre, además, que los historiadores, por norma general, son seres humanos que estudian a otros humanos, cada uno con sus pasiones, sus odios, sus filias y sus fobias. No tratamos con hormigas, plantas o pájaros. Por eso, más allá del espejismo de la objetividad (que, para mí, no existe), se debe aspirar a la transparencia y al rigor metodológico. Es decir, explicarle al lector: yo le cuento esto desde estos principios teóricos, he usado estas fuentes, que cualquiera puede consultar, y he llegado a estas conclusiones. Ni más, ni menos.

El tema de los bienes comunales es muy proclive a la mistificación por parte de la persona que los estudia. Es muy fácil caer en ella, porque el relato es muy atractivo. Antes de las revoluciones burguesas, los habitantes de los pueblos disfrutaban de sus bienes comunales. En ellos podían llevar a pastar a sus animales, cultivar, cazar, recoger leña, plantas, setas. Formaban parte de la "economía moral de la multitud" que daban un respiro a las clases más bajas. Se integraban, además, en una economía agro-silvo-pastoril, en la cual la agricultura, la ganadería y el bosque eran interdependientes y se necesitaban mutuamente. En un tiempo sin abonos químicos, los animales fertilizaban el campo de cultivo y a la vez se alimentaban en los bosques y montes, que debían protegerse para la propia supervivencia del sistema. 

Con la llegada del capitalismo en el siglo XIX, este mundo se rompe. Los comunales se privatizan, se da paso a la iniciativa individual frente a la gestión colectiva y se rompe poco a poco el equilibrio ecológico. Cuando lleguen los abonos químicos (ya en el siglo XX), el sistema agrario tradicional se derrumbará completamente, puesto que los cultivos ya no serían por más tiempo dependientes de las deposiciones animales. Por otro lado, se mercantilizan los recursos del monte, las relaciones de mercado se introducen en el mundo rural y los campesinos perdían la posibilidad de completar sus economías con lo que recolectaban de forma más o menos gratuita. Millones de hectáreas de montes públicos pasaron a manos privadas y tuvo lugar una gran "catástrofe ecológica" debido a la masiva deforestación y a la conversión de muchos terrenos de monte en campos de cultivo.

En un mundo como el nuestro, con la profunda crisis económica y ecológica que atravesamos (y quizá la ecológica sea la más profunda), es muy fácil volver los ojos a ese pasado e idealizarlo, construir el relato de una "Arcadia feliz" de usos comunales, sencillez y armonía con la naturaleza; un mundo que se habría visto arrasado por la llegada del capitalismo y cuyas consecuencias aún estaríamos viviendo. Sin embargo, esa imagen se desvanece a poco que profundicemos. Cada sociedad se enfrenta a sus propios problemas y ha tenido distintas formas de solucionarlos.

En primer lugar, hay que tener presente la miseria en que vivía la mayor parte de la sociedad rural hasta hace pocas décadas. La época dorada de los comunales fue también la época del feudalismo, una sociedad donde el privilegio era ley, donde las personas eran desiguales por nacimiento. La población vivía sujeta a las exacciones fiscales de nobleza, Iglesia y Corona, que eran los estamentos dominantes. Por eso los comunales eran a la vez consuelo de las economías campesinas y colchón de inquietudes sociales: la miseria en la que vivía la mayoría de las personas (y su potencial de desencadenar un conflicto social) se mitigaba, en parte, gracias a la "economía moral" del comunal.

Por otra parte, acceso comunal nunca quiso decir acceso igualitario. Los que más tenían eran los que más disfrutaban. Quien tenía mil ovejas se aprovechaba más que quien no tenía ninguna. Además, puesto que las oligarquías controlaban los Ayuntamientos, en muchas ocasiones el comunal estaba bien controlado por los privilegiados.

Si nos fijamos en factores más coyunturales, se puede observar un sostenido crecimiento poblacional desde mediados del siglo XVIII. En una época de agricultura tradicional, la única manera de alimentar a más población era cultivar más terreno. En este sentido, la agricultura extensiva, el comerle terreno al monte o a los terrenos incultos en general (con la deforestación y pérdida de biodiversidad que ello supuso) fue el único recurso para sostener el crecimiento. Puesto que la mayoría de las tierras eran de "manos muertas", es decir, que no podían comprarse ni venderse, y estaban en manos de Iglesia, nobleza y municipios, la solución que propusieron los revolucionarios liberales fue privatizar esas tierras, lanzarlas al mercado y hacerlas productivas (con todas las cautelas que nos pueda merecer hoy esta palabra). 

Hoy podemos discutir si esa fue la opción más adecuada o había otras, si las consecuencias aquel proceso han sido más negativas que positivas; pero la tarea de un historiador es comprender por qué nuestros antepasados actuaron así y no de otra manera. El capitalismo trajo nuevas desigualdades, sustituyó el privilegio de nacimiento por el privilegio del dinero, privatizó millones de hectáreas de monte y ha creado, a la larga, un gravísimo problema ecológico. Pero eso son problemas de nuestro tiempo. La respuesta tiene que darse mirando hacia el futuro y no hacia el pasado. En cualquier caso, la solución nunca puede ser añorar un tiempo invadido de miseria.  Creo que la Historia puede servir para saber cómo hemos llegado hasta aquí, por qué el comunal se ha mantenido en algunos sitios y en otros no, para comprender las raíces ecológicas, sociales y políticas de los problemas actuales. Pero siempre como un trampolín para resolver los retos del futuro con nuevas herramientas, no para proyectar hacia el pasado los dilemas de nuestra sociedad.

martes, 24 de diciembre de 2013

Loja, 1861

Loja, en la provincia de Granada
(Imagen: andalucia.org)

La madrugada del 29 de junio, el albéitar Rafael Pérez del Álamo se dirigía hacia Loja al frente de diez mil personas. Su objetivo: iniciar la revolución democrática en España desde el corazón de Andalucía. No lo logró. Fue derrotado, pocos días después, camino de Granada. El sueño revolucionario tendría que esperar. No obstante, la sublevación de Loja sorprendió a todos, propios y extraños. Aquel veterinario logró reunir a diez mil personas, la mayoría procedentes de las clases populares rurales. ¿Cómo fue posible?

El liberalismo español, que encontró su enemigo común en el Antiguo Régimen y en la lucha contra los privilegios feudales, pronto dejó traslucir profundas diferencias entre sus miembros. Durante el reinado de Isabel II (1833-1868), se configuraron dos grandes partidos "dinásticos", el moderado y el progresista. Ambos se turnaron el poder, si bien la tendencia intervencionista de la reina a favor de los moderados hizo que los progresistas encontraran cada vez más dificultades para gobernar y terminaran formando parte de la coalición revolucionaria que la destronaría en 1868.

Aunque moderados y progresistas presentaban diferencias sustanciales en su programa político, ambos compartían una noción restringida del liberalismo, que se traducía en el sufragio censitario. Era una involución de los principios más revolucionarios enunciados durante la época de las Cortes de Cádiz. Ambos grupos pensaban en una nación de propietarios, que serían los más capacitados para votar, porque sus propios intereses económicos estaban en juego. Además, tenían la idea de que el "pueblo" era demasiado analfabeto e inculto como para poder participar directamente en política. 

Frente a ellos, a la izquierda del progresismo se escindió un ala más radical, que quería llevar el liberalismo hasta sus últimas consecuencias. Eran los demócratas. Para ellos, el concepto de soberanía nacional significaba que todos los ciudadanos tenían derechos políticos por el mero hecho de serlo. No podía privarse a nadie (salvo a las mujeres) del derecho al voto, de ejercer como ciudadano activo y vigilante.

Desde el principio, la democracia española nació unida al republicanismo. No todos los demócratas eran republicanos, pero sí la mayor parte. Primero, por principios. Segundo, porque el régimen político vigente los confinaba al margen del sistema, a la imposibilidad de acceder al Gobierno por métodos ordinarios. Además de republicanos, federales. El republicanismo español tuvo una fuerte tendencia federal desde el primer momento. Frente al Estado centralizado, de camarillas y círculos de poder, la organización del poder de abajo arriba, desde los Ayuntamientos y las Juntas hasta el Gobierno central. 

La revolución en primera persona.

En cualquier caso, hubo muchas tendencias dentro de la naciente democracia, que aflorarían tras la Revolución Gloriosa y escindirían el partido en diversas tendencias. Había federales, unitarios, individualistas, socialistas... que en estos momentos se encontraban todavía unidos. Además, y esto enlaza con los sucesos de Loja, el republicanismo español tuvo un fuerte componente populista que logró atraer a un amplio sector de las capas populares antes de que llegaran los partidos y sindicatos de clase. La base social de esta corriente política fue la pequeña burguesía, los artesanos y las "clases populares" urbanas; pero sus reivindicaciones encontraron también resonancia en la España rural. Sobre todo, era muy atractiva la idea de crear una amplia capa de pequeños propietarios, que se avenía muy bien con la aspiración del reparto de tierras. También se criticaba la manera en que se había llevado a cabo la desamortización, porque no había permitido extender la propiedad de la tierra a los campesinos.

Todo este magma de ideas, injusticias y aspiraciones se dieron cita especialmente en Loja. Allí nació Narváez, "espadón" del moderantismo español durante el reinado de Isabel II, que manejaba el pueblo como si fuera su cortijo. En palabras del propio Pérez del Álamo, "se rodeó de todos los que opinaban como él y desdeñó a los liberales. [...] Protegió a sus aduladores, amparándolos y azuzándolos en todos los atropellos contra los que no opinaban como Su Excelencia o contra los que no tributaban homenaje servil a su persona; esto excitó ira y odio contra él y sus amigos". Desarmó a la Milicia Nacional, recurrió a la violencia y a la intimidación de mano de sus "sicarios", que mataron al hermano de Rafael. 

Esta situación de injusticia motivó la creación de una sociedad secreta en el año 1856, a la vez humanitaria y revolucionaria. Gracias a sus cuadros organizativos se pudo organizar la sublevación del 61. Entretanto, Narváez compró la sierra comunal de Loja, que hasta entonces había sido utilizada por los vecinos "pagando un canon para subvertir a los gastos públicos del Ayuntamiento". Gracias a las presiones de la sociedad secreta se anuló la subasta, lo que provocó la ira de Narváez, "que levantó nuevas tempestades de persecuciones". Era el año 1861 y fue la chispa que inició el conflicto. Fue entonces cuando Rafael Pérez del Álamo se lanzó al campo con la proclama de "defender los derechos del hombre, tal como los preconiza la prensa democrática española, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones". Logró reunir a diez mil campesinos. Primero Iznájar, luego Loja. Así los veía un testigo contrario a lo que estaba sucediendo: "Están los pobres diablos cortijeros que no se atreven a dormir bajo techado. Unos decían "¡Viva la república!"; otros, "la sal libre"; otros, "que ya no se paguen contribuciones"... otros, "que Dios dejó toda la tierra a nuestro padre Adán y que, descendiendo de él, debemos ser iguales en fortuna".

Tras cuatro días de barricadas y zanjas, los revolucionarios se dirigieron a Granada cercados por el ejército. Los hombres de Pérez del Álamo se dispersaron y él mismo huyó "por las sierras de Fornes y Agron, bastante alejadas de Alhama, al monte de Pera, en donde permanecí diecinueve días entre las matas y alimentándome con lo que me proporcionaban un pastor llamado el Tío Fraile y su yerno Francisco, guarda de una dehesa". Logró llegar a Madrid, disfrazado, donde seguiría su actividad revolucionaria.

La sublevación de Loja destacó por su ausencia de violencia. Más allá de los choques con el ejército y la guardia civil, aquellos diez mil campesinos respetaron la propiedad, las casas, las personas y la tierra. No podía ser de otra manera en una revolución inspirada por los principios republicanos y democráticos, un movimiento político armonista y pequeño burgués que creía en la generalización del voto y en la regeneración de la vida política como la mejor vía para dignificar las condiciones de vida de toda la población. En resumen, y de nuevo en palabras de Pérez del Álamo, un movimiento que iba "de la tiranía a la libertad".



Para saber más...

FONTANA, Josep: La época del liberalismo. Crítica/Marcial Pons, Barcelona, 2007.

PÉREZ DEL ÁLAMO, Rafael: Dos revoluciones andaluzas. Biblioteca de la Cultura Andaluza, Sevilla, 1986.

PEYROU, Florence: Tribunos del pueblo. Demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008.

viernes, 13 de diciembre de 2013

El hundimiento de la Mesta

El Honrado Concejo de la Mesta fue la institución que, desde el año 1273, representaba los intereses de los ganaderos trashumantes de la Corona de Castilla. Estuvo, desde el principio, en el punto de mira de ilustrados y liberales, que vieron en sus privilegios uno de los mayores frenos al desarrollo agrícola del país. En consecuencia, la Mesta fue disuelta en 1836. Sin embargo, más allá de motivaciones ideológicas, la crisis que terminó con ella tiene unas potentes raíces económicas que se deben buscar en el siglo XVIII. 

El Honrado Concejo

Alfonso X, bajo cuyo reinado se inició la Mesta.
El origen de la Mesta se sitúa en la época medieval, momento en que se configuró el sistema de aprovechamiento ganadero trashumante y trasterminante que perviviría hasta el siglo XIX. La mecánica de este sistema es bien conocida: los rebaños se desplazaban en invierno hacia el sur y en verano hacia el norte en busca de los pastos necesarios para su subsistencia. Se seguía para ello todo un sistema de vías pecuarias que, en parte, han pervivido hasta hoy.

Aunque la Mesta no estaba compuesta en su totalidad por grandes propietarios de rebaños, lo cierto es que los sectores privilegiados de la sociedad feudal -nobleza e iglesia- se encontraban entre los mayores ganaderos del reino. No puede olvidarse que el Antiguo Régimen era un sistema político basado en el privilegio, en la desigualdad sancionada por la ley. Por tanto, es lógico deducir que estos dos grupos de propietarios tuvieran un enorme peso a la hora de hacer valer sus intereses. Se configuraron así los famosos privilegios de la Mesta que tantas críticas suscitaron más adelante. ¿Cuáles fueron?

Los grandes rebaños de ovejas merinas necesitaban amplísimos terrenos de pastos para sobrevivir. Esto no debió presentar mayor problema en los primeros momentos, porque las densidades de población tras la Reconquista fueron muy bajas en la mayor parte de las principales áreas de pastos (por ejemplo, gran parte de las actuales Ciudad Real y Extremadura). Sin embargo, conforme aumentaba la población y era necesario roturar más terrenos para alimentarla, fueron apareciendo los privilegios encaminados a conservar el sistema de la trashumancia. La explicación no es solo política. Por supuesto, los grandes propietarios de ganado estaban muy interesados en mantener los pastizales. Pero, además, la exportación exterior de lana era una actividad económica esencial para la Corona de Castilla. Es normal que la Corona legislara para protegerla.

Se pueden resaltar dos privilegios:

1. La prohibición de reducir a cultivo gran parte de las dehesas y tierras de pastos en que se alimentaban los ganados trashumantes.

2. La fijación de un tope máximo para el precio del arriendo de pastos.

Estas dos medidas, muy características de un tipo de economía no basada en los principios del libre mercado sino en el privilegio, permitían a los ganaderos dos cosas: asegurarse los suficientes terrenos de pastos para sus rebaños y poder adquirirlos a un precio que estaba fuera del juego de la oferta y la demanda. Como era de esperar, los conflictos relacionados con los pastos fueron moneda común en la Edad Moderna y nuestros archivos están llenos de pleitos por todo tipo de actividades relacionadas con el mundo pecuario.


El agotamiento del sistema

Escudo de la Mesta.
Sin embargo, el sistema no tocó techo hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Tras la profunda crisis del XVII, la población española comenzó a crecer, tanto que se había duplicado para los años 1790. Parece que las zonas del interior, aquellas donde tenía lugar la trashumancia, fueron de las que más crecieron. La consecuencia es clara: a más población, más necesidad de alimento. Y solo había dos formas de conseguirlo. La primera, a través de la mejora técnica o la intensificación, que entonces era inviable. La segunda, a base de extender los terrenos cultivados. Esta fue la opción que se adoptó.

Hay que recordar que los mejores terrenos de pastos, susceptibles de ser puestos en cultivo, tenían prohibida la roturación. Si a esto se añade que las mejores tierras ya estarían cultivadas, parece obvio que las nuevas tierras cultivadas habrían de ser de peor calidad. Así, nos encontramos con la secuencia siguiente:

1. Incremento de la demanda de cereales.

2. La oferta no puede adaptarse con rapidez a la demanda. Extensión de los cultivos en tierras peores: más trabajo y menos productividad, rendimientos decrecientes.

3. Resultado: aumento del precio de los granos, sobre todo de los cereales panificables (trigo).

¿En qué medida afectó la subida del precio del cereal a los ganaderos mesteños? Se debe buscar la respuesta en el comportamiento de los propietarios de las dehesas. Esta gente veía cómo se estaban incrementando los beneficios de las tierras cultivadas. Puesto que no podían reducir a cultivo las suyas, la opción que les quedaba (siempre dentro de unos límites, pues los privilegios mesteños también regulaban esto) era subir el precio de los pastos. Por tanto, si los ganaderos tenían que comprar el pasto a un precio más alto pero la productividad de sus explotaciones era la misma, los beneficios disminuían.

Además, las nuevas ideas que se extendieron por Europa con la Ilustración, en especial la fisiocracia, veían en la agricultura el principal motor de la riqueza de un país. Los ilustrados, con Jovellanos a la cabeza, se lanzaron a criticar los privilegios de la Mesta, que no permitían poner en cultivo amplios terrenos de pastos, limitando así las posibilidades del crecimiento económico. Sin embargo, aparte de algunas medidas menores, la crítica ilustrada no se transformó en cambios sustanciales. Cosa lógica, porque ello hubiera supuesto atacar los privilegios de nobleza e iglesia, las dos patas sociales en las que se apoyaba el Absolutismo y cuyo desmantelamiento hubiera supuesto el fin del propio sistema. Que fue lo que pasó en el siglo XIX.


La crisis definitiva

La promulgación de la Constitución de 1812
(Salvador Vinuerga).
Las Cortes de Cádiz (1810-1814) son la partida de nacimiento de la revolución liberal española. Como sus hermanas europeas, quería acabar con el feudalismo y sustituirlo por los principios liberales tanto en lo político (fin de los privilegios estamentales, división de poderes, parlamentarismo, igualdad ante la ley...) como en lo económico (capitalismo y libre mercado). Ahora sí, el ataque a las bases que sustentaban el sistema de la Mesta fue total y absoluto. No es de extrañar que los grandes ganaderos se pusieran del lado de la reacción absolutista posterior. 

Para resumir, el programa liberal con respecto a la tierra era liberarla de todas las trabas y servidumbres que había tenido durante el Antiguo Régimen. Se eliminarion los privilegios feudales, pero también se atacaron los usos comunales, lo que motivaría la aversión de una parte del campesinado a la revolución y se traduciría en el apoyo al carlismo. Los terrenos de propios, comunes y baldíos, que hasta estaban amortizados (es decir, no podían venderse), salían ahora al mercado. También se consolidó la iniciativa individual sobre la tierra y se eliminó la prohibición de roturar. En definitiva, se trataba de introducir las relaciones de mercado en el campo, crear un amplio mercado de tierras y potenciar el crecimiento económico. La consecuencia fue el desmantelamiento de los sistemas agrarios tradicionales, hecho de primera magnitud que va mucho más allá del fin de la trashumancia. 

Por lo que a nuestro tema respecta, si ya a finales del siglo XVIII las explotaciones trashumantes redujeron sus beneficios por el alza de los precios del pasto, con la nueva coyuntura entraron directamente en pérdidas. La crisis era imparable, y a ello ayudaron dos factores: la guerra y el hundimiento de los precios de la lana en el mercado exterior. Ambas están muy unidas.

La situación para el comercio exterior de la lana merina española fue inmejorable durante el período 1800-1820. Desde siempre, el mercado europeo había tenido en mucha estima las lanas españolas, y esta tendencia se incrementó a partir del desarrollo de la revolución industrial inglesa, cuyo primer bastión fue la industria textil. Sin embargo, este mismo éxito dio lugar a dos hechos que provocaron la pérdida de la preeminencia española en este mercado:

1. La exportación de lana de peor calidad para cubrir la demanda hizo que los precios bajaran.

2. La aclimatación, e incluso mejora, de la oveja merina en otras zonas que querían emular el éxito español. Fue significativo el éxito que en este empeño alcanzó Sajonia. El mercado se diversificó y los ganaderos españoles perdieron su liderazgo.

El dos de mayo de 1808 en Madrid (Francisco de Goya)
Ambas medidas se vieron agravadas por el impacto de la Guerra de la Independencia (1808-1814). La cabaña ganadera sufrió enormes pérdidas: parte del ganado se utilizó como alimento, parte se perdió, parte fue usurpado por los antiguos pastores y otras personas, que ahora se convertían en propietarios. Los ganaderos perdieron el control de sus ganados, que a veces se encontraban muy lejos debido a la lógica de la trashumancia. Mucha nobleza ganadera se arruinó a lo largo de este proceso. El flujo de comercio exterior se vio alterado por la guerra. Además, otro hecho de primera magnitud vino a dar la puntilla a la desastrosa situación: la exportación de ovejas y carneros merinos por parte de ingleses y franceses con la intención de aclimatarlos en sus respectivos territorios. El capítulo de la hegemonía lanera castellana en Europa tocaba a su fin.

Las restauraciones absolutistas de 1818-1820 y de 1823-1833 trataron de eliminar la legislación liberal antimesteña; pero fue en vano. La crisis de la trashumancia era estructural y profunda. En el siglo XIX, la ganadería entró en un profundo proceso de reestructuración, en el que fue cobrando cada vez mayor importancia el ganado estante combinado con la extensión de los terrenos cultivados. El 31 de enero de 1836 desparecía definitivamente el Honrado Concejo de la Mesta.


Para saber más...

GARCÍA SANZ, A.: "La agonía de la Mesta y el hundimiento de las exportaciones laneras: un capítulo de la crisis económica del Antiguo Régimen en España", en Agricultura y Sociedad, n. 6, 1978, pp. 283-356.

KLEIN, J.: The Mesta. A study in Spanish economic history, 1273-1836. Harvard, 1920. (De este clásico hay edición y reediciones en español. He puesto la versión inglesa porque está el texto completo en pdf).

LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, J.: Mesta, pastos y conflictos en el Campo de Calatrava durante el siglo XVI. Madrid, CSIC, 1987.

RUIZ MARTÍN, F., GARCÍA SANZ, A.: Mesta, trashumancia y lana en la España moderna, Crítica, Barcelona, 1998.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Campesinos, derecha y República

Cuadrilla de segadores extremeños.
(Foto: educarex.es)

Contra lo que afirma el tópico, la España de los años 30 no era un país de latifundistas y jornaleros. Uno de los aspectos que suele pasar más desapercibidos es la importancia que, dentro del campesinado, tenían los pequeños y medianos propietarios, los arrendatarios y los aparceros. Personas que no eran asalariadas, que tenían medios para subsistir; pero que no eran grandes terratenientes. Salvando las distancias, una incipiente "clase media" agraria que compartía problemas muy parecidos a los más pobres, pero con una situación económica más estable.

Los traigo hoy al blog porque me parece interesante analizar su comportamiento político durante los años de la 2ª República. Y es que buena parte de estos campesinos votaron a la derecha en 1933, en las elecciones que marcaron el inicio del bienio radical-cedista o "bienio negro", que paralizó todo el programa reformista iniciado por los gobiernos de Azaña en 1931. ¿Por qué?

La 2ª República despertó tanta expectación ante el campesinado como recelos por parte de los grandes propietarios. Tras la larga fase de la Restauración y la dictadura de Primo de Rivera, por fin amanecía en España un sistema democrático que estaba dispuesto a corregir las desigualdades estructurales que aquejaban a la sociedad española. Al ser esta todavía una sociedad abrumadoramente agraria, buena parte de los cambios que se proyectaban iban encaminados a modificar la situación del campo español.

Lo que ocurrió fue que muchas de estas medidas, que trataban de proteger a los jornaleros frente a los más poderosos, también perjudicaron al campesinado de pequeños propietarios y arrendatarios, hasta el punto de hacerles virar a la derecha en las siguientes elecciones. En resumen, se produjo un doble enfrentamiento social:

a) Uno amplio, entre patronos y campesinos en general.

b) Otro específico dentro del propio campesinado, entre pequeños propietarios y arrendatarios de un lado y jornaleros de otro.

Marcelino Domingo, Ministro de Agricultura
entre 1931 y 1933. (Foto: Wikipedia)

Los jornaleros, además, vieron reforzadas sus reivindicaciones por una fuerte organización sindical (en especial la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, dependiente de la UGT) y por la presencia en los Ayuntamientos de muchos alcaldes socialistas que los atendieron de forma prioritaria. Pero, ¿cuáles fueron las medidas que despertaron el recelo de los pequeños propietarios hacia la izquierda primero y hacia la propia República después para abrazar posiciones abiertamente autoritarias?

Como ha estudiado el profesor Francisco Cobo Romero, casi toda la legislación reformista del primer bienio republicano, pensada casi exclusivamente para favorecer a los jornaleros, suscitó la oposición de este otro sector del campesinado. En concreto, fueron:


1. LEY DE TÉRMINOS MUNICIPALES: Esta ley prohibía contratar jornaleros de otros términos municipales mientras hubiese obreros en paro en el término propio. Era habitual que los grandes propietarios recurrieran a esta medida para desactivar las huelgas y contratar mano de obra más barata. Si los obreros del pueblo no estaban dispuestos a trabajar por menos dinero o pedían mejoras de cualquier tipo, simplemente se contrataba a los de otro.

La Ley de Términos trató de acabar con este problema; pero a la vez perjudicó a los pequeños propietarios. Muchas veces, sus explotaciones no eran suficientes para subsistir y necesitaban completar sus ingresos con el trabajo temporal en otras faenas agrícolas (aceituna, siega...) fuera del pueblo. La Ley de Términos rompió o hizo mucho más difícil este tipo de prácticas.


2. JURADOS MIXTOS: Eran las instituciones encargadas de regular las relaciones laborales: salarios, duración de la jornada laboral, contratos, horas extraordinarias... Además el Ministerio de Trabajo decretó en 1931 la jornada laboral de ocho horas. A partir de entonces, los patronos debían pagar todas las horas extras a sus trabajadores. En ciertas faenas como la recolección del cereal, que se realizaban de sol a sol, el pago de estas horas extras se hizo inevitable. Esto, unido a la subida del precio de los jornales, perjudicó también a los pequeños campesinos que necesitaban contratar, en épocas puntuales del año, a cierto número de trabajadores para ayudar con las tareas agrícolas.


3. LEY DE LABOREO FORZOSO: Permitía asignar obreros en paro a las explotaciones agrarias de manera forzosa. Fue una medida especialmente perjudicial para las pequeños propietarios, que se vieron obligados a contratar los obreros que las Comisiones de Policía Rural y las Juntas Locales Agrarias estimasen convenientes. Si muchas veces las ganancias eran escasas (y más en un contexto de crisis), ¿cómo afrontar el pago de un jornal extra? 

La Ley de Laboreo Forzoso también rompió con la práctica tradicional del trabajo familiar en las pequeñas propiedades agrarias. En épocas de aceituna o siega, todos los miembros de la familia, de otros grupos familiares o incluso los vecinos participaban de la recolección de manera gratuita. Ahora los propietarios (grandes y pequeños) se veían obligados a contratar obreros y pagar jornales cada vez más altos, disminuyendo de forma sensible la rentabilidad de su explotación.

Pascual Carrión, Ingeniero Agrónomo
y protagonista en la redacción de la
Ley de Bases de Reforma Agraria.
(Foto: iespascualcarrion)


4. LEY DE BASES DE REFORMA AGRARIA: Es la medida que acercó definitivamente a muchos pequeños propietarios y arrendatarios a las posiciones defendidas por la derecha y los grandes terratenientes. Gracias a la hábil propaganda de la derecha se creó un clima de temor entre este sector del campesinado a que le arrebataran sus explotaciones. Además, una de las cláusulas de la ley contemplaba la expropiación de las tierras sistemáticamente arrendadas, fuera cual fuera su tamaño.


Si a todas estas medidas se le añade una coyuntura de crisis económica internacional y una creciente conflictividad jornalera en forma de huelgas y reivindicaciones de todo tipo, podremos comprender un poco mejor este proceso de identificación política de gran parte de los pequeños y medianos propietarios con la derecha. Lo que se estaba produciendo, en resumen, era un proceso de diferenciación interna dentro del campesinado, un sector cada vez más plural y complejo. El resultado fue su apoyo a las posiciones agraristas y católicas de la gran patronal en 1933 y luego, a las posiciones más abiertamente antirrepublicanas que culminaron con el golpe de Estado de 1936.



Para saber más:


COBO ROMERO, F.: "Sobre los orígenes agrarios de la guerra civil española. Diferenciación interna del campesinado y conflictividad en el campo giennense (1931-1936)", en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 148, 1993, pp. 113-151. [PDF completo en el enlace].

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Los orígenes de la política forestal española

En los siglos medievales y modernos, la mayor parte de lo que hoy conocemos como montes públicos (por entonces una masa muy heterogénea de terrenos) eran administrados por las comunidades locales. Esto cambiaría a partir de la revolución liberal. En el siglo XIX, el Estado fue tomando cada vez mayor control sobre los montes. Las causas y consecuencias de este proceso son todavía motivo de debate entre los especialistas. Lo que aquí se trata es de recoger, de forma muy resumida, los principales hitos de la política forestal española en el siglo XIX, porque son las raíces de nuestro actual sistema de gestión de montes y bosques.

El decreto del 14 de enero de 1812 definió los montes públicos en su sentido moderno: los pertenecientes al Estado, a los establecimientos públicos y a los pueblos. Sancionado en plena Guerra de la Independencia, durante la época de las Cortes de Cádiz, es señal de la importancia que tenía la cuestión para nuestros primeros diputados liberales.

Ordenanzas de 1833
Las Ordenanzas de Montes de 1833 pusieron las bases para la gestión centralizada de estos espacios, acorde con el modelo de Estado que se estaba implantando. A partir de entonces, su administración se encargó a la Dirección General de Montes, creada ese mismo año. Sin embargo, la importancia de este organismo declinó a partir de 1845, año en que muchas de sus competencias se transfirieron a los gobernadores provinciales, entonces llamados jefes políticos. Parece que este cambio tiene que ver con la consideración de los montes, en especial los pertenecientes a los pueblos, una cuestión más política que técnica o conservacional.

No obstante, el camino hacia la profesionalización del sector continuaba. En 1852, la Escuela de Villaviciosa de Odón licenciaba la primera promoción de Ingenieros de Montes. El Cuerpo se constituyó definitivamente en 1854 y a partir de entonces jugó un papel esencial en la gestión de los montes públicos. De hecho, se les encarga el primer estudio científico sobre ellos en 1855, en el contexto de la desamortización general. Esta ley había abierto la veda para la venta de los espacios forestales, pero ni se sabía su extensión, ni su calidad, ni cuáles de ellos debían quedar a salvo de la venta. El informe dividía los montes en tres tipos:

1. Los que no podían venderse sin "causar graves daños en la agricultura y en la salubridad del país". Eran los bosques de abetos, pinabetes, pinsapos, pinos, enebros, sabinas, tejos, hayas, castaños, alisos, abedules, robles, rebollos, quejigos, acebos o piornos.

2. Los que necesitaban un reconocimiento previo para poder decidir: Bosques de alcornoques, encinas, mestizales o coscojos.

3. Los que podían venderse. Eran los que no se citaban en los apartados anteriores, en su mayor parte pastos, matorral y monte bajo.

Clasificación General de 1859.
Es decir, que se imponía el criterio de la especie dominante. Pero aún faltaba hacer el inventario. En 1859, el Ministerio de Fomento encargó al Cuerpo de Ingenieros de Montes su realización. Hecha en un tiempo récord y con medios muy escasos, la Clasificación General de los Montes Públicos de 1859 es el primer inventario forestal español. El resultado total fueron 10.186042 hectáreas, aunque parece que en realidad había bastantes más que no se incluyeron.

En cualquier caso, los criterios con que finalmente se llevó a cabo la desamortización fueron aún más estrictos. El Real Decreto de 22 de enero de 1862 solo salvaba de la venta aquellos montes de las especies arriba indicadas y que además superaran las 100 hectáreas. Resultado de ello fue el Catálogo de los Montes Públicos de 1862, que ya solo contenía aquellos terrenos que no podían venderse. Tampoco se siguió al pie de la letra y muchos de los montes de este catálogo fueron vendidos, pero ese ya es otro asunto.

La Ley de Montes de 1863 (y el Reglamento de 1865) dejaba como administrador del monte público al Ministerio de Fomento. Comenzaron entonces los planes de aprovechamiento forestal, que se generalizaron a partir de la década de 1870. Eran elaborados por los ingenieros y trataban de controlar y limitar los aprovechamientos que se hacían del monte, sobre todo por parte de los pueblos. Con el tiempo, se convirtieron en un instrumento clave de la política forestal. No obstante, estaban pensados para ser provisionales. El paso definitivo consistiría en realizar los planes de ordenación, que comenzaron en 1890 (Real Decreto de 9 de mayo) y se retrasaron bastante. En 1933, los montes públicos que se habían ordenado eran menos del 11 por cien.

Los delitos de montes se hicieron cada vez más comunes, dado que las regulaciones de los ingenieros chocaban muchas veces con el uso tradicional que los campesinos hacían en sus bienes de propios y comunes. El resultado fue que, en 1876, se encargó la custodia de los montes públicos a la Guardia Civil. No sería hasta 1907 cuando se creara el Cuerpo de Guardería Forestal, dependiente del Ministerio de Fomento.

Por su parte, en 1877 llegaba la primera ley de repoblación y en 1896 se definían los Montes de Utilidad Pública, esta vez ya no según la especie dominante, sino siguiendo criterios de conservación y salubridad. El resultado fue la confección del Catálogo de los Montes de Utilidad Pública de 1901, punto final de esta primera etapa de la política forestal española. 



Para saber más:

GÓMEZ MENDOZA, Josefina: Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936), Madrid, ICONA, 1992.

JIMÉNEZ BLANCO, José Ignacio: "Los montes de propiedad pública (1833-1936)", en COMÍN, F. y MARTÍN ACEÑA, P. (coords), Historia de la empresa pública en España, Madrid, Espasa Calpe, 1991, pp. 241-281.

SANZ FERNÁNDEZ, Jesús: "La historia contemporánea de los montes públicos españoles, 1812-1930. Notas y reflexiones (I)" en GARRABOU, R. y SANZ, J. (eds.): Historia agraria de la España contemporánea. 2. Expansión y crisis (1850-1900), Barcelona, Crítica, 1985, pp. 193-228.