martes, 24 de diciembre de 2013

Loja, 1861

Loja, en la provincia de Granada
(Imagen: andalucia.org)

La madrugada del 29 de junio, el albéitar Rafael Pérez del Álamo se dirigía hacia Loja al frente de diez mil personas. Su objetivo: iniciar la revolución democrática en España desde el corazón de Andalucía. No lo logró. Fue derrotado, pocos días después, camino de Granada. El sueño revolucionario tendría que esperar. No obstante, la sublevación de Loja sorprendió a todos, propios y extraños. Aquel veterinario logró reunir a diez mil personas, la mayoría procedentes de las clases populares rurales. ¿Cómo fue posible?

El liberalismo español, que encontró su enemigo común en el Antiguo Régimen y en la lucha contra los privilegios feudales, pronto dejó traslucir profundas diferencias entre sus miembros. Durante el reinado de Isabel II (1833-1868), se configuraron dos grandes partidos "dinásticos", el moderado y el progresista. Ambos se turnaron el poder, si bien la tendencia intervencionista de la reina a favor de los moderados hizo que los progresistas encontraran cada vez más dificultades para gobernar y terminaran formando parte de la coalición revolucionaria que la destronaría en 1868.

Aunque moderados y progresistas presentaban diferencias sustanciales en su programa político, ambos compartían una noción restringida del liberalismo, que se traducía en el sufragio censitario. Era una involución de los principios más revolucionarios enunciados durante la época de las Cortes de Cádiz. Ambos grupos pensaban en una nación de propietarios, que serían los más capacitados para votar, porque sus propios intereses económicos estaban en juego. Además, tenían la idea de que el "pueblo" era demasiado analfabeto e inculto como para poder participar directamente en política. 

Frente a ellos, a la izquierda del progresismo se escindió un ala más radical, que quería llevar el liberalismo hasta sus últimas consecuencias. Eran los demócratas. Para ellos, el concepto de soberanía nacional significaba que todos los ciudadanos tenían derechos políticos por el mero hecho de serlo. No podía privarse a nadie (salvo a las mujeres) del derecho al voto, de ejercer como ciudadano activo y vigilante.

Desde el principio, la democracia española nació unida al republicanismo. No todos los demócratas eran republicanos, pero sí la mayor parte. Primero, por principios. Segundo, porque el régimen político vigente los confinaba al margen del sistema, a la imposibilidad de acceder al Gobierno por métodos ordinarios. Además de republicanos, federales. El republicanismo español tuvo una fuerte tendencia federal desde el primer momento. Frente al Estado centralizado, de camarillas y círculos de poder, la organización del poder de abajo arriba, desde los Ayuntamientos y las Juntas hasta el Gobierno central. 

La revolución en primera persona.

En cualquier caso, hubo muchas tendencias dentro de la naciente democracia, que aflorarían tras la Revolución Gloriosa y escindirían el partido en diversas tendencias. Había federales, unitarios, individualistas, socialistas... que en estos momentos se encontraban todavía unidos. Además, y esto enlaza con los sucesos de Loja, el republicanismo español tuvo un fuerte componente populista que logró atraer a un amplio sector de las capas populares antes de que llegaran los partidos y sindicatos de clase. La base social de esta corriente política fue la pequeña burguesía, los artesanos y las "clases populares" urbanas; pero sus reivindicaciones encontraron también resonancia en la España rural. Sobre todo, era muy atractiva la idea de crear una amplia capa de pequeños propietarios, que se avenía muy bien con la aspiración del reparto de tierras. También se criticaba la manera en que se había llevado a cabo la desamortización, porque no había permitido extender la propiedad de la tierra a los campesinos.

Todo este magma de ideas, injusticias y aspiraciones se dieron cita especialmente en Loja. Allí nació Narváez, "espadón" del moderantismo español durante el reinado de Isabel II, que manejaba el pueblo como si fuera su cortijo. En palabras del propio Pérez del Álamo, "se rodeó de todos los que opinaban como él y desdeñó a los liberales. [...] Protegió a sus aduladores, amparándolos y azuzándolos en todos los atropellos contra los que no opinaban como Su Excelencia o contra los que no tributaban homenaje servil a su persona; esto excitó ira y odio contra él y sus amigos". Desarmó a la Milicia Nacional, recurrió a la violencia y a la intimidación de mano de sus "sicarios", que mataron al hermano de Rafael. 

Esta situación de injusticia motivó la creación de una sociedad secreta en el año 1856, a la vez humanitaria y revolucionaria. Gracias a sus cuadros organizativos se pudo organizar la sublevación del 61. Entretanto, Narváez compró la sierra comunal de Loja, que hasta entonces había sido utilizada por los vecinos "pagando un canon para subvertir a los gastos públicos del Ayuntamiento". Gracias a las presiones de la sociedad secreta se anuló la subasta, lo que provocó la ira de Narváez, "que levantó nuevas tempestades de persecuciones". Era el año 1861 y fue la chispa que inició el conflicto. Fue entonces cuando Rafael Pérez del Álamo se lanzó al campo con la proclama de "defender los derechos del hombre, tal como los preconiza la prensa democrática española, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones". Logró reunir a diez mil campesinos. Primero Iznájar, luego Loja. Así los veía un testigo contrario a lo que estaba sucediendo: "Están los pobres diablos cortijeros que no se atreven a dormir bajo techado. Unos decían "¡Viva la república!"; otros, "la sal libre"; otros, "que ya no se paguen contribuciones"... otros, "que Dios dejó toda la tierra a nuestro padre Adán y que, descendiendo de él, debemos ser iguales en fortuna".

Tras cuatro días de barricadas y zanjas, los revolucionarios se dirigieron a Granada cercados por el ejército. Los hombres de Pérez del Álamo se dispersaron y él mismo huyó "por las sierras de Fornes y Agron, bastante alejadas de Alhama, al monte de Pera, en donde permanecí diecinueve días entre las matas y alimentándome con lo que me proporcionaban un pastor llamado el Tío Fraile y su yerno Francisco, guarda de una dehesa". Logró llegar a Madrid, disfrazado, donde seguiría su actividad revolucionaria.

La sublevación de Loja destacó por su ausencia de violencia. Más allá de los choques con el ejército y la guardia civil, aquellos diez mil campesinos respetaron la propiedad, las casas, las personas y la tierra. No podía ser de otra manera en una revolución inspirada por los principios republicanos y democráticos, un movimiento político armonista y pequeño burgués que creía en la generalización del voto y en la regeneración de la vida política como la mejor vía para dignificar las condiciones de vida de toda la población. En resumen, y de nuevo en palabras de Pérez del Álamo, un movimiento que iba "de la tiranía a la libertad".



Para saber más...

FONTANA, Josep: La época del liberalismo. Crítica/Marcial Pons, Barcelona, 2007.

PÉREZ DEL ÁLAMO, Rafael: Dos revoluciones andaluzas. Biblioteca de la Cultura Andaluza, Sevilla, 1986.

PEYROU, Florence: Tribunos del pueblo. Demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008.

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