miércoles, 26 de marzo de 2014

Walden, de H. D. Thoreau.

H. D. Thoreau.

Como para muchos jóvenes de mi generación, mi primer contacto con Walden fue a través de la película El club de los poetas muertos, que dirigiera Peter Weir en 1989. Cada vez que los jóvenes miembros del club se reunían, recitaban una frase del libro como rito de inicio. Por supuesto, no era otra que aquella tan famosa que decía:
"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida; dejar de lado todo lo que no fuera la vida para no descubrir, en el momento de la muerte, que no había vivido".
Nunca podré separar este himno de la voz doblada de Robin Williams y de la música que acompaña a esta escena de la película, que vi con dieciséis años, justo cuando debe verse. Aún hoy me sigue pareciendo uno de los mayores alegatos en pos de la libertad personal jamás filmados.


A pesar del impacto que produjo en mí, jamás tuve la curiosidad de indagar sobre el autor de aquella frase. Es curioso, porque sí busqué algunos poemas de Walt Whitman, al que también conocí entonces. Misterios de la vida.

Doce años después, yo me encontraba en Holanda. Aunque era una estancia breve, fue lo suficientemente larga como para que me diera tiempo a añorar mi tierra y a plantearme ciertas cosas que, hasta entonces, habían estado presentes pero más o menos agazapadas en mi interior.

Una de las cosas que nació allí fue este blog, a medias como un acto reivindicativo de mis querencias rurales, a medias un modo de matar el aburrimiento en las largas tardes de otoño del norte de Europa. Con él vino una cuenta en Twitter que me ha permitido ponerme en contacto con gente extraordinaria que hoy me honro de contar entre mis amigos.

Una de esas personas es "Trotalomas", habitual comentarista del blog y lector incansable de todo lo que cae en sus manos (de lo que es buen ejemplo su Homo libris). Recuerdo que en uno de nuestros primeros intercambios de correos, si no en el primero, me habló de Thoreau, de Walden y me dejó otra frase que, ahora sí, despertó en mí la necesidad irrefrenable de leer aquel libro cuanto antes:
“I am grateful for what I am and have. My thanksgiving is perpetual. It is surprising how contented one can be with nothing definite —only a sense of existence. My breath is sweet to me. O how I laugh when I think of my vague indefinite riches. No run on my bank can drain it, for my wealth is not possession but enjoyment.
If the day and the night are such that you greet them with joy, and life emits a fragrance like flowers and sweet smelling herbs — is more elastic, starry, and immortal— that is your success.”
Me pareció una de las cosas más maravillosas que había leído nunca. Ni corto ni perezoso, me descargué el libro en Kindle y comencé a leerlo. Para mi frustración, pronto vi que mi nivel de inglés no era lo suficientemente alto como para disfrutar el libro, así que decidí dejarlo. Os recuerdo que estaba en Holanda, que no tenía acceso a una traducción en castellano y que soy muy tiquisimiquis con las ediciones de los libros que leo, así que bajarme cualquier cosa no entraba en mis planes. Así que decidí esperar.

Una de las primeras cosas que hice al volver a España fue comprarme la maravillosa edición que la editorial "Errata Naturae" había sacado de Walden, con nueva traducción, notas y una portada que dice: "léeme en medio del campo".



A pesar de que Trotalomas me había advertido de que tuviera paciencia con el primer capítulo, porque estaba dedicado a la economía y era un tanto arduo, el libro me enganchó desde la primera página. Me resulta muy difícil describir el cúmulo de sensaciones que me produjo, o destacar algún aspecto, porque creo que no hay página en que no tenga algo subrayado. Aún así, voy a intentarlo.

Walden es la crónica de los dos años que Thoreau pasó viviendo en las orillas del lago del mismo nombre, muy cerca de la ciudad de Concord (Massachusetts), en una cabaña que él mismo se había construido. ¿Es este libro un diario, un ensayo, una obra filosófica, un manifiesto? Yo diría que un poco de todo. En sus páginas se respira la libertad más absoluta, la misma que él fue a buscar a los bosques.

Thoreau es considerado uno de los padres de la "filosofía salvaje" y del ecologismo moderno (y también del pacifismo, pero esos son jardines en los que ahora no toca meterse). Su huída a los bosques respondía a un impulso de liberación, de vivir de forma auténtica, sea lo que sea lo que quiera decir eso, en contacto con la naturaleza y con los aspectos más esenciales de la existencia.

Está claro que, en parte, Thoreau trataba de escapar a la lógica capitalista que por aquel entonces (1845-18479) ya estaba extendida en Estados Unidos y que encadena(ba) a la gente a sus pertenencias materiales:
"Veo a hombres jóvenes, que son mis conciudadanos, cuya principal desgracia es haber heredado granjas, casas, establos, ganado y demás aperos, porque es más sencillo proveerse de todo esto que despojarse de ello. Mejor les habría ido de haber nacido en medio del campo y haber sido amamantados por una loba, tal vez hubieran podido distinguir con claridad la tierra que estaban llamados a trabajar".
Sin embargo, a mí me parece que la razón más profunda que llevó a Thoreau a vivir a Walden fue el impulso irresistible de volver a la naturaleza que se halla en el interior de tantos seres humanos de ayer y de hoy. Todo lo demás, apelar a un romanticismo caduco, criticar la viabilidad de su experiencia, leerlo solo con los ojos de la razón, sería traicionar el alma de sus escritos, que son, por encima de todo, verdaderos cantos de amor a la vida, a los árboles, a los pájaros, al sol, al agua, al aire. ¿Quién si no puede iniciar un párrafo con la frase "me alegra que haya búhos"?
"¡Aire de la mañana! Si los hombres no beben de él en el manantial del día, tendremos que embotellarlo y venderlo en los comercios en beneficio de quienes han perdido su suscripción al tiempo matutino en este mundo".
En realidad, todo el libro está poblado de frases con resonancias bíblicas, de veneración a cualquier forma de vida en la naturaleza. Fijaos si no en esto:
"Durante una semana oí aún el estrépito de un ganso solitario que daba vueltas a tientas en las mañanas de niebla, buscando a sus compañeros y poblando los bosques con el sonido de una vida demasiado grande para ser acogida".
¿No es un himno, o un salmo? "En una agradable mañana de primavera quedan perdonados todos los pecados de los hombres". ¡Qué maravilla!

 Y atención a esta declaración de intenciones:
"Uno de los motivos que me llevaron a vivir en los bosques fue tener tiempo libre y ocasión para asistir a la llegada de la primavera."
Nada más subversivo, ningún acto más rebelde en este mundo de productividad y de competitividad a tope que la reivindicación del ocio como tiempo de contemplación y encuentro con uno mismo, idea que recorre Walden de cabo a rabo, que Thoreau no fue el único en detectar (ahí tenemos El derecho a la pereza de Paul Lafargue) y que conecta de forma clara con el moderno decrecimiento.



Otra de las cosas que más me sorprendieron de Thoreau, al fin y al cabo hombre de mediados del siglo XIX, es su sensibilidad ante la caza y la muerte de los animales. Para ser sincero, es algo que no me esperaba y que me parece un rasgo de modernidad tremendo, casi visionario de los movimientos actuales en defensa de los derechos de los animales, el vegetarianismo y la oposición a la caza. De hecho, vendió su rifle antes de llegar los bosques y, durante su etapa en ellos, se alimentó de los vegetales de su huerto y de los peces que pescaba. Sin embargo, reflexionaba,
"en estos últimos años me he dado cuenta en repetidas ocasiones de que no puedo pescar sin perder una parte del respeto que tengo hacia mí mismo. Lo he intentado una y otra vez. Estoy dotado para la pesca y, como muchos de mis semejantes, tengo un instinto ineludible que se reaviva de vez en cuando, pero cada vez que pesco siento que sería mejor no hacerlo. [...] Estoy convencido de que dejar de comer animales es parte del destino de la raza humana".
Hora es ya de terminar esta entrada, porque no es plan de destripar todo el libro a los futuros lectores, sino de invitar a quien quiera leerlo. Si lo hacéis, prometo que no os defraudará. Es más, se convertirá, como me ha pasado a mí, en uno de vuestros libros de cabecera, una de esas obras fundamentales que haréis vuestras y que releeréis de forma distinta en cada momento de vuestra vida.
 "Si acogéis con alegría al día y a la noche, si la vida exhala un aroma de flores y de hierbas aromáticas, y así es más ligera, más estrellada, más inmortal, ése es vuestro éxito. La naturaleza entera os felicita y, por el momento, podéis regocijaros. Los mayores valores y beneficios son los menos apreciados. Fácilmente llegamos a dudar incluso de que existan. Los olvidamos pronto. Son la esencia de lo real. Quizá los hechos más asombrosos y reales nunca se le comunican al hombre a través de su semejante. La verdadera cosecha de mi vida cotidiana es algo tan intangible e indescriptible como los matices de la mañana o de la tarde. Una pizca de polvo estelar, un fragmento de arco iris atrapados al vuelo".
Amén.

domingo, 16 de marzo de 2014

Las canciones de Joaquín Díaz


Ya iba siendo hora de que se pasara por el blog Joaquín Díaz, uno de los nombres imprescindibles (si no el que más) de la música tradicional española. Sus discos son un verdadero tesoro para todos aquellos que amamos los romances, las coplas de ciego, los cuentos populares o las canciones del campo.

Joaquín Díaz es un folclorista de los de verdad, de recorrer pueblos y recoger cantares, que luego recrea en sus discos -pues canta él mismo- con un cariño fuera de toda duda. Actualmente es Catedrático de Estudios de la Tradición en la Universidad de Valladolid y es titular de una Fundación con su nombre, cuya página web está llena de recursos y que os aconsejo visitar.

La primera vez que escuché a Joaquín Díaz me atrapó de inmediato porque lo que cantaba se parecía mucho a algunos cuentos que le oía a mi abuela de pequeño y que tenía prácticamente olvidados, o a esos "pastores", romances interminables que se cantaban en los días invernales de matanza.


Como no podía ser de otra forma, la naturaleza ocupa un papel central en su discografía. Tanto es así que una de sus obras se llama Dendrolatrías, algo lógico en alguien cuya infancia, en palabras de Fernando Neira, "olía a resina y tamuja": 
"Joaquín tenía siete años, un pinar a las puertas de casa y un padre que le enseñó a amar la naturaleza como parte de nosotros mismos". 
De entre todas sus canciones, tengo especial debilidad por los "Milagros de San Antonio", que cuenta los ídem que hizo el santo de niño al marchar su padre a misa. Lo mejor es que tiene algunos versos completamente formados con nombres de pájaros.


Otra de mis favoritas es "El arriero de Bembibre". Es uno de nuestros romances más populares y narra el encuentro del arriero con varios bandoleros, la posterior pelea entre ambos y el premio que da el Rey al protagonista.


Uno de los más peculiares es el "Romance de la infanticida", malsano donde los haya. Cuenta la edificante historia de una madre que mata a su hijo después de que este la sorprendiera manteniendo relaciones con un hombre que no era su marido. Al llegar el hombre a casa, la mujer se lo da de comer; pero antes de que el padre lo pruebe, la voz de ultratumba del infante le avisa del percal.


Por cierto, que si os gustan este tipo de cosas, Joaquín Díaz tiene un disco completo que se llama Romances truculentos. No perdáis la oportunidad de oírlo.


Y paro ya, que la lista se haría interminable. Os dejo para acabar el "Romance de la loba parda", un triste ejemplo de la legendaria enemistad de pastores y lobos:


Si queréis profundizar, aparte de la Fundación que citaba al principio, podéis visitar el blog "Cancionero de romances", que yo he descubierto esta tarde buscando información para esta entrada y me ha parecido una maravilla.