martes, 31 de diciembre de 2013

Reflexiones históricas de fin de año

(Pastora con su rebaño, Millet).

El principal problema con el que nos encontramos los historiadores es que nuestro objeto de estudio, que es el pasado, ya no existe. No podemos hacer experimentos con él, ni tocarlo, ni verlo, ni oírlo. Lo único que tenemos son los rastros que las sociedades humanas han dejado tras de sí: documentos, herramientas, nombres, restos materiales, paisajes. Con todo eso, tratamos de explicarnos, como decía Hobsbawm, por qué el pasado se ha transformado en presente. El reto no es pequeño y conlleva una gran responsabilidad: la sociedad conoce el pasado a través de los ojos de los historiadores. De alguna manera, somos los intérpretes de ese pasado. Es nuestra obligación ser honestos a la hora de construirlo. Suena muy postmoderno, pero es verdad. Puesto que el pasado no existe, lo único que puede conocerse de él son las (re)construcciones intelectuales que hacen los historiadores, desde un tiempo y unas preocupaciones que son las del 2013, no las del año 1000 ni las de 1931.

Ocurre, además, que los historiadores, por norma general, son seres humanos que estudian a otros humanos, cada uno con sus pasiones, sus odios, sus filias y sus fobias. No tratamos con hormigas, plantas o pájaros. Por eso, más allá del espejismo de la objetividad (que, para mí, no existe), se debe aspirar a la transparencia y al rigor metodológico. Es decir, explicarle al lector: yo le cuento esto desde estos principios teóricos, he usado estas fuentes, que cualquiera puede consultar, y he llegado a estas conclusiones. Ni más, ni menos.

El tema de los bienes comunales es muy proclive a la mistificación por parte de la persona que los estudia. Es muy fácil caer en ella, porque el relato es muy atractivo. Antes de las revoluciones burguesas, los habitantes de los pueblos disfrutaban de sus bienes comunales. En ellos podían llevar a pastar a sus animales, cultivar, cazar, recoger leña, plantas, setas. Formaban parte de la "economía moral de la multitud" que daban un respiro a las clases más bajas. Se integraban, además, en una economía agro-silvo-pastoril, en la cual la agricultura, la ganadería y el bosque eran interdependientes y se necesitaban mutuamente. En un tiempo sin abonos químicos, los animales fertilizaban el campo de cultivo y a la vez se alimentaban en los bosques y montes, que debían protegerse para la propia supervivencia del sistema. 

Con la llegada del capitalismo en el siglo XIX, este mundo se rompe. Los comunales se privatizan, se da paso a la iniciativa individual frente a la gestión colectiva y se rompe poco a poco el equilibrio ecológico. Cuando lleguen los abonos químicos (ya en el siglo XX), el sistema agrario tradicional se derrumbará completamente, puesto que los cultivos ya no serían por más tiempo dependientes de las deposiciones animales. Por otro lado, se mercantilizan los recursos del monte, las relaciones de mercado se introducen en el mundo rural y los campesinos perdían la posibilidad de completar sus economías con lo que recolectaban de forma más o menos gratuita. Millones de hectáreas de montes públicos pasaron a manos privadas y tuvo lugar una gran "catástrofe ecológica" debido a la masiva deforestación y a la conversión de muchos terrenos de monte en campos de cultivo.

En un mundo como el nuestro, con la profunda crisis económica y ecológica que atravesamos (y quizá la ecológica sea la más profunda), es muy fácil volver los ojos a ese pasado e idealizarlo, construir el relato de una "Arcadia feliz" de usos comunales, sencillez y armonía con la naturaleza; un mundo que se habría visto arrasado por la llegada del capitalismo y cuyas consecuencias aún estaríamos viviendo. Sin embargo, esa imagen se desvanece a poco que profundicemos. Cada sociedad se enfrenta a sus propios problemas y ha tenido distintas formas de solucionarlos.

En primer lugar, hay que tener presente la miseria en que vivía la mayor parte de la sociedad rural hasta hace pocas décadas. La época dorada de los comunales fue también la época del feudalismo, una sociedad donde el privilegio era ley, donde las personas eran desiguales por nacimiento. La población vivía sujeta a las exacciones fiscales de nobleza, Iglesia y Corona, que eran los estamentos dominantes. Por eso los comunales eran a la vez consuelo de las economías campesinas y colchón de inquietudes sociales: la miseria en la que vivía la mayoría de las personas (y su potencial de desencadenar un conflicto social) se mitigaba, en parte, gracias a la "economía moral" del comunal.

Por otra parte, acceso comunal nunca quiso decir acceso igualitario. Los que más tenían eran los que más disfrutaban. Quien tenía mil ovejas se aprovechaba más que quien no tenía ninguna. Además, puesto que las oligarquías controlaban los Ayuntamientos, en muchas ocasiones el comunal estaba bien controlado por los privilegiados.

Si nos fijamos en factores más coyunturales, se puede observar un sostenido crecimiento poblacional desde mediados del siglo XVIII. En una época de agricultura tradicional, la única manera de alimentar a más población era cultivar más terreno. En este sentido, la agricultura extensiva, el comerle terreno al monte o a los terrenos incultos en general (con la deforestación y pérdida de biodiversidad que ello supuso) fue el único recurso para sostener el crecimiento. Puesto que la mayoría de las tierras eran de "manos muertas", es decir, que no podían comprarse ni venderse, y estaban en manos de Iglesia, nobleza y municipios, la solución que propusieron los revolucionarios liberales fue privatizar esas tierras, lanzarlas al mercado y hacerlas productivas (con todas las cautelas que nos pueda merecer hoy esta palabra). 

Hoy podemos discutir si esa fue la opción más adecuada o había otras, si las consecuencias aquel proceso han sido más negativas que positivas; pero la tarea de un historiador es comprender por qué nuestros antepasados actuaron así y no de otra manera. El capitalismo trajo nuevas desigualdades, sustituyó el privilegio de nacimiento por el privilegio del dinero, privatizó millones de hectáreas de monte y ha creado, a la larga, un gravísimo problema ecológico. Pero eso son problemas de nuestro tiempo. La respuesta tiene que darse mirando hacia el futuro y no hacia el pasado. En cualquier caso, la solución nunca puede ser añorar un tiempo invadido de miseria.  Creo que la Historia puede servir para saber cómo hemos llegado hasta aquí, por qué el comunal se ha mantenido en algunos sitios y en otros no, para comprender las raíces ecológicas, sociales y políticas de los problemas actuales. Pero siempre como un trampolín para resolver los retos del futuro con nuevas herramientas, no para proyectar hacia el pasado los dilemas de nuestra sociedad.

martes, 24 de diciembre de 2013

Loja, 1861

Loja, en la provincia de Granada
(Imagen: andalucia.org)

La madrugada del 29 de junio, el albéitar Rafael Pérez del Álamo se dirigía hacia Loja al frente de diez mil personas. Su objetivo: iniciar la revolución democrática en España desde el corazón de Andalucía. No lo logró. Fue derrotado, pocos días después, camino de Granada. El sueño revolucionario tendría que esperar. No obstante, la sublevación de Loja sorprendió a todos, propios y extraños. Aquel veterinario logró reunir a diez mil personas, la mayoría procedentes de las clases populares rurales. ¿Cómo fue posible?

El liberalismo español, que encontró su enemigo común en el Antiguo Régimen y en la lucha contra los privilegios feudales, pronto dejó traslucir profundas diferencias entre sus miembros. Durante el reinado de Isabel II (1833-1868), se configuraron dos grandes partidos "dinásticos", el moderado y el progresista. Ambos se turnaron el poder, si bien la tendencia intervencionista de la reina a favor de los moderados hizo que los progresistas encontraran cada vez más dificultades para gobernar y terminaran formando parte de la coalición revolucionaria que la destronaría en 1868.

Aunque moderados y progresistas presentaban diferencias sustanciales en su programa político, ambos compartían una noción restringida del liberalismo, que se traducía en el sufragio censitario. Era una involución de los principios más revolucionarios enunciados durante la época de las Cortes de Cádiz. Ambos grupos pensaban en una nación de propietarios, que serían los más capacitados para votar, porque sus propios intereses económicos estaban en juego. Además, tenían la idea de que el "pueblo" era demasiado analfabeto e inculto como para poder participar directamente en política. 

Frente a ellos, a la izquierda del progresismo se escindió un ala más radical, que quería llevar el liberalismo hasta sus últimas consecuencias. Eran los demócratas. Para ellos, el concepto de soberanía nacional significaba que todos los ciudadanos tenían derechos políticos por el mero hecho de serlo. No podía privarse a nadie (salvo a las mujeres) del derecho al voto, de ejercer como ciudadano activo y vigilante.

Desde el principio, la democracia española nació unida al republicanismo. No todos los demócratas eran republicanos, pero sí la mayor parte. Primero, por principios. Segundo, porque el régimen político vigente los confinaba al margen del sistema, a la imposibilidad de acceder al Gobierno por métodos ordinarios. Además de republicanos, federales. El republicanismo español tuvo una fuerte tendencia federal desde el primer momento. Frente al Estado centralizado, de camarillas y círculos de poder, la organización del poder de abajo arriba, desde los Ayuntamientos y las Juntas hasta el Gobierno central. 

La revolución en primera persona.

En cualquier caso, hubo muchas tendencias dentro de la naciente democracia, que aflorarían tras la Revolución Gloriosa y escindirían el partido en diversas tendencias. Había federales, unitarios, individualistas, socialistas... que en estos momentos se encontraban todavía unidos. Además, y esto enlaza con los sucesos de Loja, el republicanismo español tuvo un fuerte componente populista que logró atraer a un amplio sector de las capas populares antes de que llegaran los partidos y sindicatos de clase. La base social de esta corriente política fue la pequeña burguesía, los artesanos y las "clases populares" urbanas; pero sus reivindicaciones encontraron también resonancia en la España rural. Sobre todo, era muy atractiva la idea de crear una amplia capa de pequeños propietarios, que se avenía muy bien con la aspiración del reparto de tierras. También se criticaba la manera en que se había llevado a cabo la desamortización, porque no había permitido extender la propiedad de la tierra a los campesinos.

Todo este magma de ideas, injusticias y aspiraciones se dieron cita especialmente en Loja. Allí nació Narváez, "espadón" del moderantismo español durante el reinado de Isabel II, que manejaba el pueblo como si fuera su cortijo. En palabras del propio Pérez del Álamo, "se rodeó de todos los que opinaban como él y desdeñó a los liberales. [...] Protegió a sus aduladores, amparándolos y azuzándolos en todos los atropellos contra los que no opinaban como Su Excelencia o contra los que no tributaban homenaje servil a su persona; esto excitó ira y odio contra él y sus amigos". Desarmó a la Milicia Nacional, recurrió a la violencia y a la intimidación de mano de sus "sicarios", que mataron al hermano de Rafael. 

Esta situación de injusticia motivó la creación de una sociedad secreta en el año 1856, a la vez humanitaria y revolucionaria. Gracias a sus cuadros organizativos se pudo organizar la sublevación del 61. Entretanto, Narváez compró la sierra comunal de Loja, que hasta entonces había sido utilizada por los vecinos "pagando un canon para subvertir a los gastos públicos del Ayuntamiento". Gracias a las presiones de la sociedad secreta se anuló la subasta, lo que provocó la ira de Narváez, "que levantó nuevas tempestades de persecuciones". Era el año 1861 y fue la chispa que inició el conflicto. Fue entonces cuando Rafael Pérez del Álamo se lanzó al campo con la proclama de "defender los derechos del hombre, tal como los preconiza la prensa democrática española, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones". Logró reunir a diez mil campesinos. Primero Iznájar, luego Loja. Así los veía un testigo contrario a lo que estaba sucediendo: "Están los pobres diablos cortijeros que no se atreven a dormir bajo techado. Unos decían "¡Viva la república!"; otros, "la sal libre"; otros, "que ya no se paguen contribuciones"... otros, "que Dios dejó toda la tierra a nuestro padre Adán y que, descendiendo de él, debemos ser iguales en fortuna".

Tras cuatro días de barricadas y zanjas, los revolucionarios se dirigieron a Granada cercados por el ejército. Los hombres de Pérez del Álamo se dispersaron y él mismo huyó "por las sierras de Fornes y Agron, bastante alejadas de Alhama, al monte de Pera, en donde permanecí diecinueve días entre las matas y alimentándome con lo que me proporcionaban un pastor llamado el Tío Fraile y su yerno Francisco, guarda de una dehesa". Logró llegar a Madrid, disfrazado, donde seguiría su actividad revolucionaria.

La sublevación de Loja destacó por su ausencia de violencia. Más allá de los choques con el ejército y la guardia civil, aquellos diez mil campesinos respetaron la propiedad, las casas, las personas y la tierra. No podía ser de otra manera en una revolución inspirada por los principios republicanos y democráticos, un movimiento político armonista y pequeño burgués que creía en la generalización del voto y en la regeneración de la vida política como la mejor vía para dignificar las condiciones de vida de toda la población. En resumen, y de nuevo en palabras de Pérez del Álamo, un movimiento que iba "de la tiranía a la libertad".



Para saber más...

FONTANA, Josep: La época del liberalismo. Crítica/Marcial Pons, Barcelona, 2007.

PÉREZ DEL ÁLAMO, Rafael: Dos revoluciones andaluzas. Biblioteca de la Cultura Andaluza, Sevilla, 1986.

PEYROU, Florence: Tribunos del pueblo. Demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008.

viernes, 13 de diciembre de 2013

El hundimiento de la Mesta

El Honrado Concejo de la Mesta fue la institución que, desde el año 1273, representaba los intereses de los ganaderos trashumantes de la Corona de Castilla. Estuvo, desde el principio, en el punto de mira de ilustrados y liberales, que vieron en sus privilegios uno de los mayores frenos al desarrollo agrícola del país. En consecuencia, la Mesta fue disuelta en 1836. Sin embargo, más allá de motivaciones ideológicas, la crisis que terminó con ella tiene unas potentes raíces económicas que se deben buscar en el siglo XVIII. 

El Honrado Concejo

Alfonso X, bajo cuyo reinado se inició la Mesta.
El origen de la Mesta se sitúa en la época medieval, momento en que se configuró el sistema de aprovechamiento ganadero trashumante y trasterminante que perviviría hasta el siglo XIX. La mecánica de este sistema es bien conocida: los rebaños se desplazaban en invierno hacia el sur y en verano hacia el norte en busca de los pastos necesarios para su subsistencia. Se seguía para ello todo un sistema de vías pecuarias que, en parte, han pervivido hasta hoy.

Aunque la Mesta no estaba compuesta en su totalidad por grandes propietarios de rebaños, lo cierto es que los sectores privilegiados de la sociedad feudal -nobleza e iglesia- se encontraban entre los mayores ganaderos del reino. No puede olvidarse que el Antiguo Régimen era un sistema político basado en el privilegio, en la desigualdad sancionada por la ley. Por tanto, es lógico deducir que estos dos grupos de propietarios tuvieran un enorme peso a la hora de hacer valer sus intereses. Se configuraron así los famosos privilegios de la Mesta que tantas críticas suscitaron más adelante. ¿Cuáles fueron?

Los grandes rebaños de ovejas merinas necesitaban amplísimos terrenos de pastos para sobrevivir. Esto no debió presentar mayor problema en los primeros momentos, porque las densidades de población tras la Reconquista fueron muy bajas en la mayor parte de las principales áreas de pastos (por ejemplo, gran parte de las actuales Ciudad Real y Extremadura). Sin embargo, conforme aumentaba la población y era necesario roturar más terrenos para alimentarla, fueron apareciendo los privilegios encaminados a conservar el sistema de la trashumancia. La explicación no es solo política. Por supuesto, los grandes propietarios de ganado estaban muy interesados en mantener los pastizales. Pero, además, la exportación exterior de lana era una actividad económica esencial para la Corona de Castilla. Es normal que la Corona legislara para protegerla.

Se pueden resaltar dos privilegios:

1. La prohibición de reducir a cultivo gran parte de las dehesas y tierras de pastos en que se alimentaban los ganados trashumantes.

2. La fijación de un tope máximo para el precio del arriendo de pastos.

Estas dos medidas, muy características de un tipo de economía no basada en los principios del libre mercado sino en el privilegio, permitían a los ganaderos dos cosas: asegurarse los suficientes terrenos de pastos para sus rebaños y poder adquirirlos a un precio que estaba fuera del juego de la oferta y la demanda. Como era de esperar, los conflictos relacionados con los pastos fueron moneda común en la Edad Moderna y nuestros archivos están llenos de pleitos por todo tipo de actividades relacionadas con el mundo pecuario.


El agotamiento del sistema

Escudo de la Mesta.
Sin embargo, el sistema no tocó techo hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Tras la profunda crisis del XVII, la población española comenzó a crecer, tanto que se había duplicado para los años 1790. Parece que las zonas del interior, aquellas donde tenía lugar la trashumancia, fueron de las que más crecieron. La consecuencia es clara: a más población, más necesidad de alimento. Y solo había dos formas de conseguirlo. La primera, a través de la mejora técnica o la intensificación, que entonces era inviable. La segunda, a base de extender los terrenos cultivados. Esta fue la opción que se adoptó.

Hay que recordar que los mejores terrenos de pastos, susceptibles de ser puestos en cultivo, tenían prohibida la roturación. Si a esto se añade que las mejores tierras ya estarían cultivadas, parece obvio que las nuevas tierras cultivadas habrían de ser de peor calidad. Así, nos encontramos con la secuencia siguiente:

1. Incremento de la demanda de cereales.

2. La oferta no puede adaptarse con rapidez a la demanda. Extensión de los cultivos en tierras peores: más trabajo y menos productividad, rendimientos decrecientes.

3. Resultado: aumento del precio de los granos, sobre todo de los cereales panificables (trigo).

¿En qué medida afectó la subida del precio del cereal a los ganaderos mesteños? Se debe buscar la respuesta en el comportamiento de los propietarios de las dehesas. Esta gente veía cómo se estaban incrementando los beneficios de las tierras cultivadas. Puesto que no podían reducir a cultivo las suyas, la opción que les quedaba (siempre dentro de unos límites, pues los privilegios mesteños también regulaban esto) era subir el precio de los pastos. Por tanto, si los ganaderos tenían que comprar el pasto a un precio más alto pero la productividad de sus explotaciones era la misma, los beneficios disminuían.

Además, las nuevas ideas que se extendieron por Europa con la Ilustración, en especial la fisiocracia, veían en la agricultura el principal motor de la riqueza de un país. Los ilustrados, con Jovellanos a la cabeza, se lanzaron a criticar los privilegios de la Mesta, que no permitían poner en cultivo amplios terrenos de pastos, limitando así las posibilidades del crecimiento económico. Sin embargo, aparte de algunas medidas menores, la crítica ilustrada no se transformó en cambios sustanciales. Cosa lógica, porque ello hubiera supuesto atacar los privilegios de nobleza e iglesia, las dos patas sociales en las que se apoyaba el Absolutismo y cuyo desmantelamiento hubiera supuesto el fin del propio sistema. Que fue lo que pasó en el siglo XIX.


La crisis definitiva

La promulgación de la Constitución de 1812
(Salvador Vinuerga).
Las Cortes de Cádiz (1810-1814) son la partida de nacimiento de la revolución liberal española. Como sus hermanas europeas, quería acabar con el feudalismo y sustituirlo por los principios liberales tanto en lo político (fin de los privilegios estamentales, división de poderes, parlamentarismo, igualdad ante la ley...) como en lo económico (capitalismo y libre mercado). Ahora sí, el ataque a las bases que sustentaban el sistema de la Mesta fue total y absoluto. No es de extrañar que los grandes ganaderos se pusieran del lado de la reacción absolutista posterior. 

Para resumir, el programa liberal con respecto a la tierra era liberarla de todas las trabas y servidumbres que había tenido durante el Antiguo Régimen. Se eliminarion los privilegios feudales, pero también se atacaron los usos comunales, lo que motivaría la aversión de una parte del campesinado a la revolución y se traduciría en el apoyo al carlismo. Los terrenos de propios, comunes y baldíos, que hasta estaban amortizados (es decir, no podían venderse), salían ahora al mercado. También se consolidó la iniciativa individual sobre la tierra y se eliminó la prohibición de roturar. En definitiva, se trataba de introducir las relaciones de mercado en el campo, crear un amplio mercado de tierras y potenciar el crecimiento económico. La consecuencia fue el desmantelamiento de los sistemas agrarios tradicionales, hecho de primera magnitud que va mucho más allá del fin de la trashumancia. 

Por lo que a nuestro tema respecta, si ya a finales del siglo XVIII las explotaciones trashumantes redujeron sus beneficios por el alza de los precios del pasto, con la nueva coyuntura entraron directamente en pérdidas. La crisis era imparable, y a ello ayudaron dos factores: la guerra y el hundimiento de los precios de la lana en el mercado exterior. Ambas están muy unidas.

La situación para el comercio exterior de la lana merina española fue inmejorable durante el período 1800-1820. Desde siempre, el mercado europeo había tenido en mucha estima las lanas españolas, y esta tendencia se incrementó a partir del desarrollo de la revolución industrial inglesa, cuyo primer bastión fue la industria textil. Sin embargo, este mismo éxito dio lugar a dos hechos que provocaron la pérdida de la preeminencia española en este mercado:

1. La exportación de lana de peor calidad para cubrir la demanda hizo que los precios bajaran.

2. La aclimatación, e incluso mejora, de la oveja merina en otras zonas que querían emular el éxito español. Fue significativo el éxito que en este empeño alcanzó Sajonia. El mercado se diversificó y los ganaderos españoles perdieron su liderazgo.

El dos de mayo de 1808 en Madrid (Francisco de Goya)
Ambas medidas se vieron agravadas por el impacto de la Guerra de la Independencia (1808-1814). La cabaña ganadera sufrió enormes pérdidas: parte del ganado se utilizó como alimento, parte se perdió, parte fue usurpado por los antiguos pastores y otras personas, que ahora se convertían en propietarios. Los ganaderos perdieron el control de sus ganados, que a veces se encontraban muy lejos debido a la lógica de la trashumancia. Mucha nobleza ganadera se arruinó a lo largo de este proceso. El flujo de comercio exterior se vio alterado por la guerra. Además, otro hecho de primera magnitud vino a dar la puntilla a la desastrosa situación: la exportación de ovejas y carneros merinos por parte de ingleses y franceses con la intención de aclimatarlos en sus respectivos territorios. El capítulo de la hegemonía lanera castellana en Europa tocaba a su fin.

Las restauraciones absolutistas de 1818-1820 y de 1823-1833 trataron de eliminar la legislación liberal antimesteña; pero fue en vano. La crisis de la trashumancia era estructural y profunda. En el siglo XIX, la ganadería entró en un profundo proceso de reestructuración, en el que fue cobrando cada vez mayor importancia el ganado estante combinado con la extensión de los terrenos cultivados. El 31 de enero de 1836 desparecía definitivamente el Honrado Concejo de la Mesta.


Para saber más...

GARCÍA SANZ, A.: "La agonía de la Mesta y el hundimiento de las exportaciones laneras: un capítulo de la crisis económica del Antiguo Régimen en España", en Agricultura y Sociedad, n. 6, 1978, pp. 283-356.

KLEIN, J.: The Mesta. A study in Spanish economic history, 1273-1836. Harvard, 1920. (De este clásico hay edición y reediciones en español. He puesto la versión inglesa porque está el texto completo en pdf).

LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, J.: Mesta, pastos y conflictos en el Campo de Calatrava durante el siglo XVI. Madrid, CSIC, 1987.

RUIZ MARTÍN, F., GARCÍA SANZ, A.: Mesta, trashumancia y lana en la España moderna, Crítica, Barcelona, 1998.

martes, 10 de diciembre de 2013

La corriente de la vida


"La misma corriente vital que fluye por mis venas noche y día fluye por el mundo y danza con rítmicos compases.
Es la misma vida que corre gozosamente por el polvo de la tierra en innumerables briznas de hierba y estalla en olas tumultuosas de hojas y flores.
Es la misma vida que se mece en el océano del nacimiento y la muerte, en el flujo y el reflujo.
Siento en mis miembros la gloria del contacto de este mundo vital. Y siento orgullo de la pulsación de vida inmemorial que baila en mis venas en este momento." 
(R. Tagore, traducción de Esteve Serra) 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pensamientos campestres

Pinturas de Lascaux (Foto: Wikipedia)


26 de diciembre de 2011

Hoy he estado en el campo. Esta mañana pensaba que quizá la naturaleza me gusta tanto porque en ella solo existe el presente. Quiero decir, que el fuego que yo miraba era el mismo con el que se calentaba la humanidad en su primer día, que la encina que hay al lado de mi casa era la misma -aunque no existiera- que había antes de que nacieran los hombres. Y es que la vida tiene la capacidad de actualizarse constantemente, permaneciendo. El sol que me baña es el mismo que calentó a las primeras formas de vida en la Tierra. El viento que me corta las manos congelaba también al hombre que araba estas tierras hace tres siglos. Me asombra la inmediatez de esas sensaciones, de esa belleza efímera que tenemos al alcance de la mano y que apreciamos tan poco. El brillo del rocío en la hierba con el sol de la mañana, la alfombra de musgo y hojas secas de las umbrías, el filo de la luna al atardecer. También nosotros pertenecemos al mismo mundo que las flores y las moscas, muriendo y naciendo hasta que un día todo acabe. Son momentos en los que uno llega a creerse aquello del tiempo circular y el eterno retorno, en que el mito se hace posible. Pero a la vez, la conciencia de lo efímero, de saber que por mucho que vivamos siempre nos parecerá poco, de que un día ya no podremos admirar más las maravillas del mundo, da aún más valor a cada momento. Hay que coleccionar amaneceres y cantos de pájaros, porque un día dejaremos de verlos y de oírlos. No hay nada más importante.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Memoria sentimental de Miguel Hernández


Miguel Hernández no es mi poeta favorito, pero tiene algunos de mis versos preferidos. Con esta entrada no pretendo hacer ni una biografía ni un recopilatorio de grandes éxitos. Para eso está Internet. Es, digamos, un "recorrido sentimental", por ponerme cursi, o un cajón de sastre con las cosas de él que más me gustan.

Mi primer contacto con Miguel Hernández tuvo lugar en primaria. No recuerdo en qué curso, pero sí que fue en Carabás, el libro de lectura de Anaya. El poema era "Vientos del pueblo". Yo no había leído poesía en mi vida, y recuerdo la impresión que tuve cuando vi hablar de bueyes, de arados y de águilas de una forma tan bonita. Salvando las distancias, yo vivía rodeado de esas cosas, y hasta entonces nunca había imaginado que pudieran ser poéticas. Para mis padres y abuelos el campo era algo duro, una obligación para ganarse la vida. Y, sin embargo, ahí estaba: "Vientos del pueblo me llevan/ vientos del pueblo me arrastran,/ me esparcen el corazón/ y me aventan la garganta." ¿Se podía utilizar la palabra "aventar" en un poema? Se podía. Me gustó tanto que llegué a aprenderme varios fragmentos de memoria. Por supuesto, entonces no captaba ningún significado político, solo la épica de los bueyes en los páramos de España. Con el tiempo las cosas cambiaron, pero la impresión sigue intacta. Y me encanta la versión musical que hicieron "Los lobos" en los años setenta, tan enraizada en el folklore español. Escuchadla, que es esta:


Volví a cruzarme con Miguel Hernández otra vez en primaria, esta vez para una fiesta de fin de curso. Tímido como soy, odiaba este tipo de actos, pero nuestro profesor se empeñó, para nuestra vergüenza, en que teníamos que leer una poesía relacionada con las estaciones del año. No había escapatoria, así que más valía hacerlo bien. A mí me tocó el invierno. Entonces no lo sabía, no lo supe hasta mucho después, pero mi primer y único texto que he recitado en público hasta hoy fue una poesía de Miguel Hernández. Se llama "Las abarcas desiertas". No me parece de lo mejor que escribió, pero está grabado a fuego en mi memoria: "y encontraban los días, que derriban las puertas, mis abarcas vacías, mis abarcas desiertas".

(Foto: dondeviajar.net)
Lo siguiente que encontré fue gracias a mi padre. Él nunca tuvo simpatía por Hernández, pero trabajaba la tierra. Era inevitable que sintiera la fuerza de sus versos. Y lo recuerdo, como un poco avergonzado por gustarle, recitándome el glorioso Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma quién, quién levantó los olivos. Yo vivo en tierra de olivares, muy cerca de Jaén, y me emociona la fuerza que desprenden esos versos, el que alguien hubiera sido capaz de apreciar "la hermosura de los troncos retorcidos". Fijaos: "Levántate, olivo cano,/ dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano/ poderosa de cimiento". ¡Buah, qué maravilla! La persona que escribió esto amaba los olivos con toda su alma. Con toda su alma de encina, que ahí es nada. Y, para colmo, Jarcha hizo su mejor canción al ponerle música. Una verdadera obra de arte:


Hay más, por supuesto. Su "Elegía a Ramón Sijé", que oí recitar a un compañero en Bachillerato y que me ha confortado en los difíciles momentos de la pérdida de un ser querido. O las "nanas de la cebolla", o el "niño yuntero". Hay tantos que la lista sería interminable. Por cierto, que Jarcha también le puso (estremecedora) música a la "elegía", y Serrat al niño yuntero. Me gustan ambas, dejo la de Jarcha:


A veces más, a veces menos, siempre vuelvo a leer a Miguel Hernández en medio de la naturaleza. Hay veces, he de reconocerlo, en que me molesta su belicismo, pero se disculpa por el tiempo tan complicado en que le tocó vivir y su postura activa de militante. Yo, sin embargo, prefiero recordarlo como ese pastor de cabras que quiso ser poeta porque sentía la poesía en cada fibra de su ser. Nada mejor para confirmarlo que la famosa carta, mil veces reproducida, que le escribió a Juan Ramón Jiménez. La transcribo completa (la he sacado de aquí), porque es uno de mis textos preferidos:

Orihuela, noviembre 1931. 
Venerado Poeta: 
Sólo conozco a usted por su "Segunda Antología" que -créalo- ya he leído cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. ¿Sabe usted dónde he leído tantas veces su libro?. Dónde son mejores: en la soledad, a plena naturaleza, y en silenciosa, misteriosa, llorosa hora del crepúsculo, yendo por antiguos senderos empolvados y desiertos entre sollozos de esquilas. 
No le extrañe lo que le digo, admirado maestro, es que soy pastor, No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez. Y estoy contento con serlo, porque habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre darme otro oficio y me dio este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos. 
Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados por que yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, mucho cielo y mucho azul, algunas majestuosas montañas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo. 
...Por fuerza he tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano al divino arte... No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya... 
Usted, tan refinado, tan exquisito, cuando lea esto ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza en la que he nacido, yo no sé, por muchas cosas... Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo, que no deja expresarme bien ni claro, ni decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóneme, y ...ya no sé como empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías... Tengo un millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios... Dejé de publicar en ellos. En provincia leen poco los versos y los que los leen no los entienden. Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor. Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré las cabras -¡oh, esa esquila en la tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte. 
¿Podría usted, dulcísimo Juan Ramón, recibirme en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podrá enviarme unas letras diciéndome lo que crea mejor?
Hágalo por este pastor un poquito poeta, que se lo agradecerá eternamente.
 
Miguel Hernández

Arriba 73. Orihuela.

Iba a comentar algo, pero la carta daría para otra entrada. Creo que por hoy ya está bien.

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Actualización: Gracias al impenitente Homo Libris, mi único -¡y mejor, claro!- comentarista hasta la fecha, me acuerdo de que no he incluido una de mis canciones favoritas, la versión del "Canto a la libertad" que hizo Joan Manuel Serrat. Aquí la dejo:

viernes, 22 de noviembre de 2013

Astronomía

Esto es lo que hago algunas noches de verano: a media tarde, antes de anochecido, cojo mi telescopio y me voy al campo. Allí lo monto, sin prisas, mientras disfruto del largo atardecer de julio. La noche llega muy despacio, sin hacer ruido, entre pastos y encinas. A veces corre una suave brisa que reconforta de los calores del día, la Tierra se cubre de sombras, la temperatura baja, el cielo es azul anaranjado -pronto se convertirá en negro- y, es verdad, lo he comprobado, que todo el campo, un momento, se queda mudo y sombrío, meditando. Por supuesto, hay luna nueva: de otra manera su resplandor nos cegaría. Aún no hay ninguna estrella. Lo primero que se ve en el cielo rojizo, un poco a la izquierda de donde el sol se escondió, es Júpiter. Durante un tiempo, será el punto más brillante de la noche. Júpiter es un gigante de gas, una estrella que no pudo ser, porque no tuvo la suficiente energía para encenderse. Si lo hubiera hecho, nuestro día tendría hoy dos soles. A través del telescopio, Júpiter es un sistema solar en miniatura. Siempre se le ve rodeado de sus cuatro satélites. Los descubrió Galileo. Se llaman, por eso, galileanos y son Io, Europa, Ganímedes y Calixto. Así los veo:

Júpiter y sus satélites (Foto: Jan Sandberg)

Enseguida comienzan a brillar las primeras estrellas. Dejo el telescopio, porque el espectáculo merece contemplarse a simple vista. Ahora sí, ya es de noche. Por encima de mi cabeza traspasa el cielo, de parte a parte, la Vía Láctea, el espinazo de la noche, como un inmenso arco que sostuviera la bóveda del firmamento. No hay nada, ninguna obra humana, que pueda acercarse a la inmensa belleza del cielo estrellado. Se ven cientos, miles de estrellas. Todas de nuestra galaxia. Fuera de ella, queda solo el abismo. El Universo es la oscuridad y el frío absolutos.

Mi telescopio.

Pero no todo en la Vía Láctea es luminoso. Hay una zona oscura, cerca de Sagitario, en el centro de la galaxia. Las nubes de gas nos impiden ver lo que allí se esconde. Los astrónomos hablan de agujeros negros y fuentes de radioondas. Lo llaman Saggittarius A. Pero aún no nos vamos, esta región del cielo está llena de maravillas. El telescopio nos permite ver la nebulosa de la laguna, un criadero de estrellas. Con un filtro adecuado se puede observar los delicados girones de gas interestelar del que se irán formando.

Nebulosa de la Laguna (Foto: Avired).

Y del nacimiento a la muerte: más arriba, casi en el cenit, se encuentra la constelación de la Lira. Su estrella más brillante es Vega. Cerca de ella hay un cadáver. No se ve a simple vista, pero podemos observarlo con el telescopio. Es la nebulosa planetaria M57, y mirarla es como mirar el futuro. Es una enana blanca, una estrella como el sol que ya agotó su energía y ahora vaga por el universo como un trozo de materia helado y sin vida, rodeada de los restos de lo que un día fue. Hay algo de trágico en esta visión fría y gris.

Nebulosa M57 (Foto: Astroimages)

Pero el telescopio no solo nos permite viajar al futuro. Es, de hecho, una máquina del tiempo. La mayoría de las cosas que vemos son tan distantes que su luz tarda miles de años en llegar. Si dejamos que avance la noche, acabaremos viendo salir por el este la constelación de Pegaso. Cerca de ella está Andrómeda, un espejo en el que mirarnos. Es una galaxia en espiral, muy parecida a la nuestra. Lo extraordinario está en que la luz que  está imprimiendo nuestras retinas tiene 2,56 millones de años. Nos estamos asomando al pasado. Quién sabe cuántas de las estrellas que hoy vemos ya no existen y son solo fantasmas de luz en nuestros cielos.

Galaxia de Andrómeda (Foto: Astroalava)

Refresca, se hace tarde. Aunque sea julio, la temperatura baja mucho en las madrugadas del campo. Es hora de recoger. Antes, me quedo otro rato mirando. Siento vértigo, la tierra se mueve a 1.300 km/h (!) en su viaje alrededor del Sol. Estamos sostenidos en la nada, flotando en medio del cosmos, orbitando alrededor de una estrella común, en el brazo exterior de una galaxia espiral común, en un Universo sin centros ni bordes. Antes, nos dicen, no había nada. Ni siquiera había antes. Pero ¿cómo pudo empezar a existir el tiempo y el espacio? ¿Cómo puede concebirse la nada? A veces me pregunto si habrá alguien, en otro planeta distante, que también esté mirando al cielo y se haga mis mismas preguntas. Dos seres solitarios, extraños en un Universo que no se hizo para ellos, preguntándose cosas que no tienen respuesta.


ps. Uno es de letras. Si hay errores en los datos del post, agradezco correcciones.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El himno al árbol de un farmacéutico de Valladolid

El árbol solitario, de Caspar David Friedrich.
Los que nos dedicamos a rebuscar entre los papeles viejos, a veces nos encontramos sorpresas como esta. No me resisto a publicar el himno al árbol que escribió, en la revista Montes del año 1904 (número 666...), un farmacéutico de Medina del Campo llamado D. Antonio Velázquez Alonso. Nótese la deliciosa prosa de principios de siglo, tan rimbombante. Disfruten y léanlo por ahí, en el bosque o donde sea.


"No destruyáis los árboles, pues son los amigos del hombre. 

El árbol es la alegría del corazón, algo que levanta al cielo el alma, mucho que habla de Dios en lenguaje mudo.

El árbol es compañero del caminante, defensor del perseguido, centinela de los pueblos, adorno de las ciudades, cabaña en la tempestad, toldo durante el estío, refugio durante la lluvia. El árbol es el cantor de la Naturaleza, el guía de la producción, el reflejo de la fecundidad de la madre tierra.

Presta inmensos beneficios al hombre y a los animales, y tanto el uno como los otros tienen declarada la guerra al árbol, portento y maravilla de la creación.

El árbol da al pájaro ramas para fabricar el nido; al insecto la corteza para su morada; a la abeja el néctar de las flores; al gusano de la seda, las hojas para su nutrición; al mono, la escondida nuez; a la jirafa, su verde pan; a la golondrina, posada por una noche; al pájaro-mosca, encantados salones de aterciopelados techos y esmaltados pavimentos.

Providencia del hombre, le brinda con sus hojas para que se medicine; con sus flores, para que se perfume; con sus frutos, para que se mantenga, y con su corteza para que se vista.

El árbol es el gran fabricante de jugos, resinas, gomas, colores, perfumes, principios y átomos de que la química se apodera para surtir al médico, al farmacéutico, al pinto, al perfumista y al confitero.

El árbol detiene la peste, combate contra el pantano, destruye al miasma, ahuyenta los malos efluvios, da vida, infunde alegría, limita la acción del rayo y se ofrece en holocausto a la chispa eléctrica, desafiando a las nubes en apiñado ejército precedido de batidores como el cedro poderoso, de guías como el erguido ciprés. 

El árbol es un ser vivo, con pulmones para respirar, que son las hojas; sangre que le vivifique, la savia; boca que le transmite el alimento, la raíz; con venas, con nervios, con jugo orgánico, con vida multiplicada.

Suprimid el árbol y suprimiréis la botánica, y la farmacia, y la física, y la química, y la medicina.

Suprimid el árbol, y suprimiréis la pintura y la escultura, la estética de la creación y la poesía del mundo.

Matad al árbol y mataréis al tintorero, al carpintero y al ebanista.

Arrancad el árbol, y el coloso herido de muerte lanzará un grito de amargura que irá a retumbar en los espacios de vuestra conciencia.

¿Queréis la vida? ¿Amáis la salud? ¿Late en vuestra alma el orgullo patrio? ¿Adoráis el arte?

Pues no destruyáis los árboles, que son vuestros mejores amigos."

martes, 19 de noviembre de 2013

Nostalgias de otoño

(Foto de mi amigo Antonio Olivencia)

A veces, cuando uno está lejos de su tierra, siente nostalgia de cosas tan simples como el olor del aire por la mañana o las hojas caídas de las encinas. Estos dos textos los escribí ya hace tiempo, en otro noviembre:



07-11-2011

Hace un día gris maravilloso. La mañana, que no es muy fría -cielo cubierto y luz de otoño-, llama a sentarse en la chimenea. Recuerdo de otras veces: setas y un guiso de cuchara en la lumbre. Soy feliz en el campo. Aquí todo está claro, no hacen falta explicaciones. Huele a tierra mojada, los olivos se han lavado con la lluvia. Una bandada de pájaros cruza delante de mí. Los oigo cantar y continúan su camino. La vida sigue su curso y todo ocurre en su preciso instante. Me pregunto cuándo decidimos vivir de espaldas a la naturaleza. 



26-11-2011

Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra...

(Claudio Rodríguez)

Pasa un poco el mediodía. Salgo a pasear, empujado por el sol y el cielo azul de esta mañana de noviembre. Por el camino del cementerio, el día radiante. A mi lado los rastrojos, los sembrados, el cielo limpio, el calor del sol. El aire fresco huele a leña de encina y misas de la Virgen. Cantan pájaros pequeños. No sé cómo se llaman, no me importa, vuelan a los lados del camino. Más arriba, el horizonte llano y limpio de la vega de Almodóvar. Amo la vida y esta tierra. No quisiera dejar nunca de contemplarla. Qué bien. Cómo reconforta saber que aún cantan los pájaros y que existe el sol y la mañana.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Campesinos, derecha y República

Cuadrilla de segadores extremeños.
(Foto: educarex.es)

Contra lo que afirma el tópico, la España de los años 30 no era un país de latifundistas y jornaleros. Uno de los aspectos que suele pasar más desapercibidos es la importancia que, dentro del campesinado, tenían los pequeños y medianos propietarios, los arrendatarios y los aparceros. Personas que no eran asalariadas, que tenían medios para subsistir; pero que no eran grandes terratenientes. Salvando las distancias, una incipiente "clase media" agraria que compartía problemas muy parecidos a los más pobres, pero con una situación económica más estable.

Los traigo hoy al blog porque me parece interesante analizar su comportamiento político durante los años de la 2ª República. Y es que buena parte de estos campesinos votaron a la derecha en 1933, en las elecciones que marcaron el inicio del bienio radical-cedista o "bienio negro", que paralizó todo el programa reformista iniciado por los gobiernos de Azaña en 1931. ¿Por qué?

La 2ª República despertó tanta expectación ante el campesinado como recelos por parte de los grandes propietarios. Tras la larga fase de la Restauración y la dictadura de Primo de Rivera, por fin amanecía en España un sistema democrático que estaba dispuesto a corregir las desigualdades estructurales que aquejaban a la sociedad española. Al ser esta todavía una sociedad abrumadoramente agraria, buena parte de los cambios que se proyectaban iban encaminados a modificar la situación del campo español.

Lo que ocurrió fue que muchas de estas medidas, que trataban de proteger a los jornaleros frente a los más poderosos, también perjudicaron al campesinado de pequeños propietarios y arrendatarios, hasta el punto de hacerles virar a la derecha en las siguientes elecciones. En resumen, se produjo un doble enfrentamiento social:

a) Uno amplio, entre patronos y campesinos en general.

b) Otro específico dentro del propio campesinado, entre pequeños propietarios y arrendatarios de un lado y jornaleros de otro.

Marcelino Domingo, Ministro de Agricultura
entre 1931 y 1933. (Foto: Wikipedia)

Los jornaleros, además, vieron reforzadas sus reivindicaciones por una fuerte organización sindical (en especial la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, dependiente de la UGT) y por la presencia en los Ayuntamientos de muchos alcaldes socialistas que los atendieron de forma prioritaria. Pero, ¿cuáles fueron las medidas que despertaron el recelo de los pequeños propietarios hacia la izquierda primero y hacia la propia República después para abrazar posiciones abiertamente autoritarias?

Como ha estudiado el profesor Francisco Cobo Romero, casi toda la legislación reformista del primer bienio republicano, pensada casi exclusivamente para favorecer a los jornaleros, suscitó la oposición de este otro sector del campesinado. En concreto, fueron:


1. LEY DE TÉRMINOS MUNICIPALES: Esta ley prohibía contratar jornaleros de otros términos municipales mientras hubiese obreros en paro en el término propio. Era habitual que los grandes propietarios recurrieran a esta medida para desactivar las huelgas y contratar mano de obra más barata. Si los obreros del pueblo no estaban dispuestos a trabajar por menos dinero o pedían mejoras de cualquier tipo, simplemente se contrataba a los de otro.

La Ley de Términos trató de acabar con este problema; pero a la vez perjudicó a los pequeños propietarios. Muchas veces, sus explotaciones no eran suficientes para subsistir y necesitaban completar sus ingresos con el trabajo temporal en otras faenas agrícolas (aceituna, siega...) fuera del pueblo. La Ley de Términos rompió o hizo mucho más difícil este tipo de prácticas.


2. JURADOS MIXTOS: Eran las instituciones encargadas de regular las relaciones laborales: salarios, duración de la jornada laboral, contratos, horas extraordinarias... Además el Ministerio de Trabajo decretó en 1931 la jornada laboral de ocho horas. A partir de entonces, los patronos debían pagar todas las horas extras a sus trabajadores. En ciertas faenas como la recolección del cereal, que se realizaban de sol a sol, el pago de estas horas extras se hizo inevitable. Esto, unido a la subida del precio de los jornales, perjudicó también a los pequeños campesinos que necesitaban contratar, en épocas puntuales del año, a cierto número de trabajadores para ayudar con las tareas agrícolas.


3. LEY DE LABOREO FORZOSO: Permitía asignar obreros en paro a las explotaciones agrarias de manera forzosa. Fue una medida especialmente perjudicial para las pequeños propietarios, que se vieron obligados a contratar los obreros que las Comisiones de Policía Rural y las Juntas Locales Agrarias estimasen convenientes. Si muchas veces las ganancias eran escasas (y más en un contexto de crisis), ¿cómo afrontar el pago de un jornal extra? 

La Ley de Laboreo Forzoso también rompió con la práctica tradicional del trabajo familiar en las pequeñas propiedades agrarias. En épocas de aceituna o siega, todos los miembros de la familia, de otros grupos familiares o incluso los vecinos participaban de la recolección de manera gratuita. Ahora los propietarios (grandes y pequeños) se veían obligados a contratar obreros y pagar jornales cada vez más altos, disminuyendo de forma sensible la rentabilidad de su explotación.

Pascual Carrión, Ingeniero Agrónomo
y protagonista en la redacción de la
Ley de Bases de Reforma Agraria.
(Foto: iespascualcarrion)


4. LEY DE BASES DE REFORMA AGRARIA: Es la medida que acercó definitivamente a muchos pequeños propietarios y arrendatarios a las posiciones defendidas por la derecha y los grandes terratenientes. Gracias a la hábil propaganda de la derecha se creó un clima de temor entre este sector del campesinado a que le arrebataran sus explotaciones. Además, una de las cláusulas de la ley contemplaba la expropiación de las tierras sistemáticamente arrendadas, fuera cual fuera su tamaño.


Si a todas estas medidas se le añade una coyuntura de crisis económica internacional y una creciente conflictividad jornalera en forma de huelgas y reivindicaciones de todo tipo, podremos comprender un poco mejor este proceso de identificación política de gran parte de los pequeños y medianos propietarios con la derecha. Lo que se estaba produciendo, en resumen, era un proceso de diferenciación interna dentro del campesinado, un sector cada vez más plural y complejo. El resultado fue su apoyo a las posiciones agraristas y católicas de la gran patronal en 1933 y luego, a las posiciones más abiertamente antirrepublicanas que culminaron con el golpe de Estado de 1936.



Para saber más:


COBO ROMERO, F.: "Sobre los orígenes agrarios de la guerra civil española. Diferenciación interna del campesinado y conflictividad en el campo giennense (1931-1936)", en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 148, 1993, pp. 113-151. [PDF completo en el enlace].

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Los orígenes de la política forestal española

En los siglos medievales y modernos, la mayor parte de lo que hoy conocemos como montes públicos (por entonces una masa muy heterogénea de terrenos) eran administrados por las comunidades locales. Esto cambiaría a partir de la revolución liberal. En el siglo XIX, el Estado fue tomando cada vez mayor control sobre los montes. Las causas y consecuencias de este proceso son todavía motivo de debate entre los especialistas. Lo que aquí se trata es de recoger, de forma muy resumida, los principales hitos de la política forestal española en el siglo XIX, porque son las raíces de nuestro actual sistema de gestión de montes y bosques.

El decreto del 14 de enero de 1812 definió los montes públicos en su sentido moderno: los pertenecientes al Estado, a los establecimientos públicos y a los pueblos. Sancionado en plena Guerra de la Independencia, durante la época de las Cortes de Cádiz, es señal de la importancia que tenía la cuestión para nuestros primeros diputados liberales.

Ordenanzas de 1833
Las Ordenanzas de Montes de 1833 pusieron las bases para la gestión centralizada de estos espacios, acorde con el modelo de Estado que se estaba implantando. A partir de entonces, su administración se encargó a la Dirección General de Montes, creada ese mismo año. Sin embargo, la importancia de este organismo declinó a partir de 1845, año en que muchas de sus competencias se transfirieron a los gobernadores provinciales, entonces llamados jefes políticos. Parece que este cambio tiene que ver con la consideración de los montes, en especial los pertenecientes a los pueblos, una cuestión más política que técnica o conservacional.

No obstante, el camino hacia la profesionalización del sector continuaba. En 1852, la Escuela de Villaviciosa de Odón licenciaba la primera promoción de Ingenieros de Montes. El Cuerpo se constituyó definitivamente en 1854 y a partir de entonces jugó un papel esencial en la gestión de los montes públicos. De hecho, se les encarga el primer estudio científico sobre ellos en 1855, en el contexto de la desamortización general. Esta ley había abierto la veda para la venta de los espacios forestales, pero ni se sabía su extensión, ni su calidad, ni cuáles de ellos debían quedar a salvo de la venta. El informe dividía los montes en tres tipos:

1. Los que no podían venderse sin "causar graves daños en la agricultura y en la salubridad del país". Eran los bosques de abetos, pinabetes, pinsapos, pinos, enebros, sabinas, tejos, hayas, castaños, alisos, abedules, robles, rebollos, quejigos, acebos o piornos.

2. Los que necesitaban un reconocimiento previo para poder decidir: Bosques de alcornoques, encinas, mestizales o coscojos.

3. Los que podían venderse. Eran los que no se citaban en los apartados anteriores, en su mayor parte pastos, matorral y monte bajo.

Clasificación General de 1859.
Es decir, que se imponía el criterio de la especie dominante. Pero aún faltaba hacer el inventario. En 1859, el Ministerio de Fomento encargó al Cuerpo de Ingenieros de Montes su realización. Hecha en un tiempo récord y con medios muy escasos, la Clasificación General de los Montes Públicos de 1859 es el primer inventario forestal español. El resultado total fueron 10.186042 hectáreas, aunque parece que en realidad había bastantes más que no se incluyeron.

En cualquier caso, los criterios con que finalmente se llevó a cabo la desamortización fueron aún más estrictos. El Real Decreto de 22 de enero de 1862 solo salvaba de la venta aquellos montes de las especies arriba indicadas y que además superaran las 100 hectáreas. Resultado de ello fue el Catálogo de los Montes Públicos de 1862, que ya solo contenía aquellos terrenos que no podían venderse. Tampoco se siguió al pie de la letra y muchos de los montes de este catálogo fueron vendidos, pero ese ya es otro asunto.

La Ley de Montes de 1863 (y el Reglamento de 1865) dejaba como administrador del monte público al Ministerio de Fomento. Comenzaron entonces los planes de aprovechamiento forestal, que se generalizaron a partir de la década de 1870. Eran elaborados por los ingenieros y trataban de controlar y limitar los aprovechamientos que se hacían del monte, sobre todo por parte de los pueblos. Con el tiempo, se convirtieron en un instrumento clave de la política forestal. No obstante, estaban pensados para ser provisionales. El paso definitivo consistiría en realizar los planes de ordenación, que comenzaron en 1890 (Real Decreto de 9 de mayo) y se retrasaron bastante. En 1933, los montes públicos que se habían ordenado eran menos del 11 por cien.

Los delitos de montes se hicieron cada vez más comunes, dado que las regulaciones de los ingenieros chocaban muchas veces con el uso tradicional que los campesinos hacían en sus bienes de propios y comunes. El resultado fue que, en 1876, se encargó la custodia de los montes públicos a la Guardia Civil. No sería hasta 1907 cuando se creara el Cuerpo de Guardería Forestal, dependiente del Ministerio de Fomento.

Por su parte, en 1877 llegaba la primera ley de repoblación y en 1896 se definían los Montes de Utilidad Pública, esta vez ya no según la especie dominante, sino siguiendo criterios de conservación y salubridad. El resultado fue la confección del Catálogo de los Montes de Utilidad Pública de 1901, punto final de esta primera etapa de la política forestal española. 



Para saber más:

GÓMEZ MENDOZA, Josefina: Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936), Madrid, ICONA, 1992.

JIMÉNEZ BLANCO, José Ignacio: "Los montes de propiedad pública (1833-1936)", en COMÍN, F. y MARTÍN ACEÑA, P. (coords), Historia de la empresa pública en España, Madrid, Espasa Calpe, 1991, pp. 241-281.

SANZ FERNÁNDEZ, Jesús: "La historia contemporánea de los montes públicos españoles, 1812-1930. Notas y reflexiones (I)" en GARRABOU, R. y SANZ, J. (eds.): Historia agraria de la España contemporánea. 2. Expansión y crisis (1850-1900), Barcelona, Crítica, 1985, pp. 193-228.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Un país en la mochila

José Antonio Labordeta (Foto: Cantemos como quien respira)

En la web de RTVE se pueden ver todos los capítulos de Un país en la mochila, la famosa serie documental que hizo allá por los noventa José Antonio Labordeta. Me gusta su estilo llano y sencillo, la facilidad que tenía para combinar la crítica social, la gastronomía, el paisaje y la explicación histórica. No por nada era maestro.

Dejo como ejemplo el capítulo dedicado al Campo de Calatrava:


Impresionan las conversaciones con Patrocinio, a partir del minuto 9.25, y con la mujer de la quintería desde el 17.15, que son testimonio de la miseria en que ha vivido buena parte de la población campesina de esta zona hasta hace muy pocos años. Es curioso el canto de las ánimas de Calzada de Calatrava (a partir del minuto 41), que tanto se parece a la costumbre que siguen en La Alberca (Salamanca).

"Si las ánimas benditas
llegaran a tus umbrales,
dales limosna devoto,
por si acaso son tus padres.

Cuanto sientas la campana
asómate pecador,
son las ánimas benditas,
échales con devoción.

Si las arenas del mar
se convirtieran en lenguas,
no habría nada que explicar,
lo que las ánimas penan."