miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pensamientos campestres

Pinturas de Lascaux (Foto: Wikipedia)


26 de diciembre de 2011

Hoy he estado en el campo. Esta mañana pensaba que quizá la naturaleza me gusta tanto porque en ella solo existe el presente. Quiero decir, que el fuego que yo miraba era el mismo con el que se calentaba la humanidad en su primer día, que la encina que hay al lado de mi casa era la misma -aunque no existiera- que había antes de que nacieran los hombres. Y es que la vida tiene la capacidad de actualizarse constantemente, permaneciendo. El sol que me baña es el mismo que calentó a las primeras formas de vida en la Tierra. El viento que me corta las manos congelaba también al hombre que araba estas tierras hace tres siglos. Me asombra la inmediatez de esas sensaciones, de esa belleza efímera que tenemos al alcance de la mano y que apreciamos tan poco. El brillo del rocío en la hierba con el sol de la mañana, la alfombra de musgo y hojas secas de las umbrías, el filo de la luna al atardecer. También nosotros pertenecemos al mismo mundo que las flores y las moscas, muriendo y naciendo hasta que un día todo acabe. Son momentos en los que uno llega a creerse aquello del tiempo circular y el eterno retorno, en que el mito se hace posible. Pero a la vez, la conciencia de lo efímero, de saber que por mucho que vivamos siempre nos parecerá poco, de que un día ya no podremos admirar más las maravillas del mundo, da aún más valor a cada momento. Hay que coleccionar amaneceres y cantos de pájaros, porque un día dejaremos de verlos y de oírlos. No hay nada más importante.

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