viernes, 22 de noviembre de 2013

Astronomía

Esto es lo que hago algunas noches de verano: a media tarde, antes de anochecido, cojo mi telescopio y me voy al campo. Allí lo monto, sin prisas, mientras disfruto del largo atardecer de julio. La noche llega muy despacio, sin hacer ruido, entre pastos y encinas. A veces corre una suave brisa que reconforta de los calores del día, la Tierra se cubre de sombras, la temperatura baja, el cielo es azul anaranjado -pronto se convertirá en negro- y, es verdad, lo he comprobado, que todo el campo, un momento, se queda mudo y sombrío, meditando. Por supuesto, hay luna nueva: de otra manera su resplandor nos cegaría. Aún no hay ninguna estrella. Lo primero que se ve en el cielo rojizo, un poco a la izquierda de donde el sol se escondió, es Júpiter. Durante un tiempo, será el punto más brillante de la noche. Júpiter es un gigante de gas, una estrella que no pudo ser, porque no tuvo la suficiente energía para encenderse. Si lo hubiera hecho, nuestro día tendría hoy dos soles. A través del telescopio, Júpiter es un sistema solar en miniatura. Siempre se le ve rodeado de sus cuatro satélites. Los descubrió Galileo. Se llaman, por eso, galileanos y son Io, Europa, Ganímedes y Calixto. Así los veo:

Júpiter y sus satélites (Foto: Jan Sandberg)

Enseguida comienzan a brillar las primeras estrellas. Dejo el telescopio, porque el espectáculo merece contemplarse a simple vista. Ahora sí, ya es de noche. Por encima de mi cabeza traspasa el cielo, de parte a parte, la Vía Láctea, el espinazo de la noche, como un inmenso arco que sostuviera la bóveda del firmamento. No hay nada, ninguna obra humana, que pueda acercarse a la inmensa belleza del cielo estrellado. Se ven cientos, miles de estrellas. Todas de nuestra galaxia. Fuera de ella, queda solo el abismo. El Universo es la oscuridad y el frío absolutos.

Mi telescopio.

Pero no todo en la Vía Láctea es luminoso. Hay una zona oscura, cerca de Sagitario, en el centro de la galaxia. Las nubes de gas nos impiden ver lo que allí se esconde. Los astrónomos hablan de agujeros negros y fuentes de radioondas. Lo llaman Saggittarius A. Pero aún no nos vamos, esta región del cielo está llena de maravillas. El telescopio nos permite ver la nebulosa de la laguna, un criadero de estrellas. Con un filtro adecuado se puede observar los delicados girones de gas interestelar del que se irán formando.

Nebulosa de la Laguna (Foto: Avired).

Y del nacimiento a la muerte: más arriba, casi en el cenit, se encuentra la constelación de la Lira. Su estrella más brillante es Vega. Cerca de ella hay un cadáver. No se ve a simple vista, pero podemos observarlo con el telescopio. Es la nebulosa planetaria M57, y mirarla es como mirar el futuro. Es una enana blanca, una estrella como el sol que ya agotó su energía y ahora vaga por el universo como un trozo de materia helado y sin vida, rodeada de los restos de lo que un día fue. Hay algo de trágico en esta visión fría y gris.

Nebulosa M57 (Foto: Astroimages)

Pero el telescopio no solo nos permite viajar al futuro. Es, de hecho, una máquina del tiempo. La mayoría de las cosas que vemos son tan distantes que su luz tarda miles de años en llegar. Si dejamos que avance la noche, acabaremos viendo salir por el este la constelación de Pegaso. Cerca de ella está Andrómeda, un espejo en el que mirarnos. Es una galaxia en espiral, muy parecida a la nuestra. Lo extraordinario está en que la luz que  está imprimiendo nuestras retinas tiene 2,56 millones de años. Nos estamos asomando al pasado. Quién sabe cuántas de las estrellas que hoy vemos ya no existen y son solo fantasmas de luz en nuestros cielos.

Galaxia de Andrómeda (Foto: Astroalava)

Refresca, se hace tarde. Aunque sea julio, la temperatura baja mucho en las madrugadas del campo. Es hora de recoger. Antes, me quedo otro rato mirando. Siento vértigo, la tierra se mueve a 1.300 km/h (!) en su viaje alrededor del Sol. Estamos sostenidos en la nada, flotando en medio del cosmos, orbitando alrededor de una estrella común, en el brazo exterior de una galaxia espiral común, en un Universo sin centros ni bordes. Antes, nos dicen, no había nada. Ni siquiera había antes. Pero ¿cómo pudo empezar a existir el tiempo y el espacio? ¿Cómo puede concebirse la nada? A veces me pregunto si habrá alguien, en otro planeta distante, que también esté mirando al cielo y se haga mis mismas preguntas. Dos seres solitarios, extraños en un Universo que no se hizo para ellos, preguntándose cosas que no tienen respuesta.


ps. Uno es de letras. Si hay errores en los datos del post, agradezco correcciones.

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