(Foto de mi amigo Antonio Olivencia) |
A veces, cuando uno está lejos de su tierra, siente nostalgia de cosas tan simples como el olor del aire por la mañana o las hojas caídas de las encinas. Estos dos textos los escribí ya hace tiempo, en otro noviembre:
07-11-2011
Hace un día gris maravilloso. La mañana, que no es muy fría -cielo cubierto y luz de otoño-, llama a sentarse en la chimenea. Recuerdo de otras veces: setas y un guiso de cuchara en la lumbre. Soy feliz en el campo. Aquí todo está claro, no hacen falta explicaciones. Huele a tierra mojada, los olivos se han lavado con la lluvia. Una bandada de pájaros cruza delante de mí. Los oigo cantar y continúan su camino. La vida sigue su curso y todo ocurre en su preciso instante. Me pregunto cuándo decidimos vivir de espaldas a la naturaleza.
26-11-2011
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra...
(Claudio Rodríguez)
Pasa un poco el mediodía. Salgo a pasear, empujado por el sol y el cielo azul de esta mañana de noviembre. Por el camino del cementerio, el día radiante. A mi lado los rastrojos, los sembrados, el cielo limpio, el calor del sol. El aire fresco huele a leña de encina y misas de la Virgen. Cantan pájaros pequeños. No sé cómo se llaman, no me importa, vuelan a los lados del camino. Más arriba, el horizonte llano y limpio de la vega de Almodóvar. Amo la vida y esta tierra. No quisiera dejar nunca de contemplarla. Qué bien. Cómo reconforta saber que aún cantan los pájaros y que existe el sol y la mañana.
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