martes, 31 de diciembre de 2013

Reflexiones históricas de fin de año

(Pastora con su rebaño, Millet).

El principal problema con el que nos encontramos los historiadores es que nuestro objeto de estudio, que es el pasado, ya no existe. No podemos hacer experimentos con él, ni tocarlo, ni verlo, ni oírlo. Lo único que tenemos son los rastros que las sociedades humanas han dejado tras de sí: documentos, herramientas, nombres, restos materiales, paisajes. Con todo eso, tratamos de explicarnos, como decía Hobsbawm, por qué el pasado se ha transformado en presente. El reto no es pequeño y conlleva una gran responsabilidad: la sociedad conoce el pasado a través de los ojos de los historiadores. De alguna manera, somos los intérpretes de ese pasado. Es nuestra obligación ser honestos a la hora de construirlo. Suena muy postmoderno, pero es verdad. Puesto que el pasado no existe, lo único que puede conocerse de él son las (re)construcciones intelectuales que hacen los historiadores, desde un tiempo y unas preocupaciones que son las del 2013, no las del año 1000 ni las de 1931.

Ocurre, además, que los historiadores, por norma general, son seres humanos que estudian a otros humanos, cada uno con sus pasiones, sus odios, sus filias y sus fobias. No tratamos con hormigas, plantas o pájaros. Por eso, más allá del espejismo de la objetividad (que, para mí, no existe), se debe aspirar a la transparencia y al rigor metodológico. Es decir, explicarle al lector: yo le cuento esto desde estos principios teóricos, he usado estas fuentes, que cualquiera puede consultar, y he llegado a estas conclusiones. Ni más, ni menos.

El tema de los bienes comunales es muy proclive a la mistificación por parte de la persona que los estudia. Es muy fácil caer en ella, porque el relato es muy atractivo. Antes de las revoluciones burguesas, los habitantes de los pueblos disfrutaban de sus bienes comunales. En ellos podían llevar a pastar a sus animales, cultivar, cazar, recoger leña, plantas, setas. Formaban parte de la "economía moral de la multitud" que daban un respiro a las clases más bajas. Se integraban, además, en una economía agro-silvo-pastoril, en la cual la agricultura, la ganadería y el bosque eran interdependientes y se necesitaban mutuamente. En un tiempo sin abonos químicos, los animales fertilizaban el campo de cultivo y a la vez se alimentaban en los bosques y montes, que debían protegerse para la propia supervivencia del sistema. 

Con la llegada del capitalismo en el siglo XIX, este mundo se rompe. Los comunales se privatizan, se da paso a la iniciativa individual frente a la gestión colectiva y se rompe poco a poco el equilibrio ecológico. Cuando lleguen los abonos químicos (ya en el siglo XX), el sistema agrario tradicional se derrumbará completamente, puesto que los cultivos ya no serían por más tiempo dependientes de las deposiciones animales. Por otro lado, se mercantilizan los recursos del monte, las relaciones de mercado se introducen en el mundo rural y los campesinos perdían la posibilidad de completar sus economías con lo que recolectaban de forma más o menos gratuita. Millones de hectáreas de montes públicos pasaron a manos privadas y tuvo lugar una gran "catástrofe ecológica" debido a la masiva deforestación y a la conversión de muchos terrenos de monte en campos de cultivo.

En un mundo como el nuestro, con la profunda crisis económica y ecológica que atravesamos (y quizá la ecológica sea la más profunda), es muy fácil volver los ojos a ese pasado e idealizarlo, construir el relato de una "Arcadia feliz" de usos comunales, sencillez y armonía con la naturaleza; un mundo que se habría visto arrasado por la llegada del capitalismo y cuyas consecuencias aún estaríamos viviendo. Sin embargo, esa imagen se desvanece a poco que profundicemos. Cada sociedad se enfrenta a sus propios problemas y ha tenido distintas formas de solucionarlos.

En primer lugar, hay que tener presente la miseria en que vivía la mayor parte de la sociedad rural hasta hace pocas décadas. La época dorada de los comunales fue también la época del feudalismo, una sociedad donde el privilegio era ley, donde las personas eran desiguales por nacimiento. La población vivía sujeta a las exacciones fiscales de nobleza, Iglesia y Corona, que eran los estamentos dominantes. Por eso los comunales eran a la vez consuelo de las economías campesinas y colchón de inquietudes sociales: la miseria en la que vivía la mayoría de las personas (y su potencial de desencadenar un conflicto social) se mitigaba, en parte, gracias a la "economía moral" del comunal.

Por otra parte, acceso comunal nunca quiso decir acceso igualitario. Los que más tenían eran los que más disfrutaban. Quien tenía mil ovejas se aprovechaba más que quien no tenía ninguna. Además, puesto que las oligarquías controlaban los Ayuntamientos, en muchas ocasiones el comunal estaba bien controlado por los privilegiados.

Si nos fijamos en factores más coyunturales, se puede observar un sostenido crecimiento poblacional desde mediados del siglo XVIII. En una época de agricultura tradicional, la única manera de alimentar a más población era cultivar más terreno. En este sentido, la agricultura extensiva, el comerle terreno al monte o a los terrenos incultos en general (con la deforestación y pérdida de biodiversidad que ello supuso) fue el único recurso para sostener el crecimiento. Puesto que la mayoría de las tierras eran de "manos muertas", es decir, que no podían comprarse ni venderse, y estaban en manos de Iglesia, nobleza y municipios, la solución que propusieron los revolucionarios liberales fue privatizar esas tierras, lanzarlas al mercado y hacerlas productivas (con todas las cautelas que nos pueda merecer hoy esta palabra). 

Hoy podemos discutir si esa fue la opción más adecuada o había otras, si las consecuencias aquel proceso han sido más negativas que positivas; pero la tarea de un historiador es comprender por qué nuestros antepasados actuaron así y no de otra manera. El capitalismo trajo nuevas desigualdades, sustituyó el privilegio de nacimiento por el privilegio del dinero, privatizó millones de hectáreas de monte y ha creado, a la larga, un gravísimo problema ecológico. Pero eso son problemas de nuestro tiempo. La respuesta tiene que darse mirando hacia el futuro y no hacia el pasado. En cualquier caso, la solución nunca puede ser añorar un tiempo invadido de miseria.  Creo que la Historia puede servir para saber cómo hemos llegado hasta aquí, por qué el comunal se ha mantenido en algunos sitios y en otros no, para comprender las raíces ecológicas, sociales y políticas de los problemas actuales. Pero siempre como un trampolín para resolver los retos del futuro con nuevas herramientas, no para proyectar hacia el pasado los dilemas de nuestra sociedad.

martes, 24 de diciembre de 2013

Loja, 1861

Loja, en la provincia de Granada
(Imagen: andalucia.org)

La madrugada del 29 de junio, el albéitar Rafael Pérez del Álamo se dirigía hacia Loja al frente de diez mil personas. Su objetivo: iniciar la revolución democrática en España desde el corazón de Andalucía. No lo logró. Fue derrotado, pocos días después, camino de Granada. El sueño revolucionario tendría que esperar. No obstante, la sublevación de Loja sorprendió a todos, propios y extraños. Aquel veterinario logró reunir a diez mil personas, la mayoría procedentes de las clases populares rurales. ¿Cómo fue posible?

El liberalismo español, que encontró su enemigo común en el Antiguo Régimen y en la lucha contra los privilegios feudales, pronto dejó traslucir profundas diferencias entre sus miembros. Durante el reinado de Isabel II (1833-1868), se configuraron dos grandes partidos "dinásticos", el moderado y el progresista. Ambos se turnaron el poder, si bien la tendencia intervencionista de la reina a favor de los moderados hizo que los progresistas encontraran cada vez más dificultades para gobernar y terminaran formando parte de la coalición revolucionaria que la destronaría en 1868.

Aunque moderados y progresistas presentaban diferencias sustanciales en su programa político, ambos compartían una noción restringida del liberalismo, que se traducía en el sufragio censitario. Era una involución de los principios más revolucionarios enunciados durante la época de las Cortes de Cádiz. Ambos grupos pensaban en una nación de propietarios, que serían los más capacitados para votar, porque sus propios intereses económicos estaban en juego. Además, tenían la idea de que el "pueblo" era demasiado analfabeto e inculto como para poder participar directamente en política. 

Frente a ellos, a la izquierda del progresismo se escindió un ala más radical, que quería llevar el liberalismo hasta sus últimas consecuencias. Eran los demócratas. Para ellos, el concepto de soberanía nacional significaba que todos los ciudadanos tenían derechos políticos por el mero hecho de serlo. No podía privarse a nadie (salvo a las mujeres) del derecho al voto, de ejercer como ciudadano activo y vigilante.

Desde el principio, la democracia española nació unida al republicanismo. No todos los demócratas eran republicanos, pero sí la mayor parte. Primero, por principios. Segundo, porque el régimen político vigente los confinaba al margen del sistema, a la imposibilidad de acceder al Gobierno por métodos ordinarios. Además de republicanos, federales. El republicanismo español tuvo una fuerte tendencia federal desde el primer momento. Frente al Estado centralizado, de camarillas y círculos de poder, la organización del poder de abajo arriba, desde los Ayuntamientos y las Juntas hasta el Gobierno central. 

La revolución en primera persona.

En cualquier caso, hubo muchas tendencias dentro de la naciente democracia, que aflorarían tras la Revolución Gloriosa y escindirían el partido en diversas tendencias. Había federales, unitarios, individualistas, socialistas... que en estos momentos se encontraban todavía unidos. Además, y esto enlaza con los sucesos de Loja, el republicanismo español tuvo un fuerte componente populista que logró atraer a un amplio sector de las capas populares antes de que llegaran los partidos y sindicatos de clase. La base social de esta corriente política fue la pequeña burguesía, los artesanos y las "clases populares" urbanas; pero sus reivindicaciones encontraron también resonancia en la España rural. Sobre todo, era muy atractiva la idea de crear una amplia capa de pequeños propietarios, que se avenía muy bien con la aspiración del reparto de tierras. También se criticaba la manera en que se había llevado a cabo la desamortización, porque no había permitido extender la propiedad de la tierra a los campesinos.

Todo este magma de ideas, injusticias y aspiraciones se dieron cita especialmente en Loja. Allí nació Narváez, "espadón" del moderantismo español durante el reinado de Isabel II, que manejaba el pueblo como si fuera su cortijo. En palabras del propio Pérez del Álamo, "se rodeó de todos los que opinaban como él y desdeñó a los liberales. [...] Protegió a sus aduladores, amparándolos y azuzándolos en todos los atropellos contra los que no opinaban como Su Excelencia o contra los que no tributaban homenaje servil a su persona; esto excitó ira y odio contra él y sus amigos". Desarmó a la Milicia Nacional, recurrió a la violencia y a la intimidación de mano de sus "sicarios", que mataron al hermano de Rafael. 

Esta situación de injusticia motivó la creación de una sociedad secreta en el año 1856, a la vez humanitaria y revolucionaria. Gracias a sus cuadros organizativos se pudo organizar la sublevación del 61. Entretanto, Narváez compró la sierra comunal de Loja, que hasta entonces había sido utilizada por los vecinos "pagando un canon para subvertir a los gastos públicos del Ayuntamiento". Gracias a las presiones de la sociedad secreta se anuló la subasta, lo que provocó la ira de Narváez, "que levantó nuevas tempestades de persecuciones". Era el año 1861 y fue la chispa que inició el conflicto. Fue entonces cuando Rafael Pérez del Álamo se lanzó al campo con la proclama de "defender los derechos del hombre, tal como los preconiza la prensa democrática española, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones". Logró reunir a diez mil campesinos. Primero Iznájar, luego Loja. Así los veía un testigo contrario a lo que estaba sucediendo: "Están los pobres diablos cortijeros que no se atreven a dormir bajo techado. Unos decían "¡Viva la república!"; otros, "la sal libre"; otros, "que ya no se paguen contribuciones"... otros, "que Dios dejó toda la tierra a nuestro padre Adán y que, descendiendo de él, debemos ser iguales en fortuna".

Tras cuatro días de barricadas y zanjas, los revolucionarios se dirigieron a Granada cercados por el ejército. Los hombres de Pérez del Álamo se dispersaron y él mismo huyó "por las sierras de Fornes y Agron, bastante alejadas de Alhama, al monte de Pera, en donde permanecí diecinueve días entre las matas y alimentándome con lo que me proporcionaban un pastor llamado el Tío Fraile y su yerno Francisco, guarda de una dehesa". Logró llegar a Madrid, disfrazado, donde seguiría su actividad revolucionaria.

La sublevación de Loja destacó por su ausencia de violencia. Más allá de los choques con el ejército y la guardia civil, aquellos diez mil campesinos respetaron la propiedad, las casas, las personas y la tierra. No podía ser de otra manera en una revolución inspirada por los principios republicanos y democráticos, un movimiento político armonista y pequeño burgués que creía en la generalización del voto y en la regeneración de la vida política como la mejor vía para dignificar las condiciones de vida de toda la población. En resumen, y de nuevo en palabras de Pérez del Álamo, un movimiento que iba "de la tiranía a la libertad".



Para saber más...

FONTANA, Josep: La época del liberalismo. Crítica/Marcial Pons, Barcelona, 2007.

PÉREZ DEL ÁLAMO, Rafael: Dos revoluciones andaluzas. Biblioteca de la Cultura Andaluza, Sevilla, 1986.

PEYROU, Florence: Tribunos del pueblo. Demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008.

viernes, 13 de diciembre de 2013

El hundimiento de la Mesta

El Honrado Concejo de la Mesta fue la institución que, desde el año 1273, representaba los intereses de los ganaderos trashumantes de la Corona de Castilla. Estuvo, desde el principio, en el punto de mira de ilustrados y liberales, que vieron en sus privilegios uno de los mayores frenos al desarrollo agrícola del país. En consecuencia, la Mesta fue disuelta en 1836. Sin embargo, más allá de motivaciones ideológicas, la crisis que terminó con ella tiene unas potentes raíces económicas que se deben buscar en el siglo XVIII. 

El Honrado Concejo

Alfonso X, bajo cuyo reinado se inició la Mesta.
El origen de la Mesta se sitúa en la época medieval, momento en que se configuró el sistema de aprovechamiento ganadero trashumante y trasterminante que perviviría hasta el siglo XIX. La mecánica de este sistema es bien conocida: los rebaños se desplazaban en invierno hacia el sur y en verano hacia el norte en busca de los pastos necesarios para su subsistencia. Se seguía para ello todo un sistema de vías pecuarias que, en parte, han pervivido hasta hoy.

Aunque la Mesta no estaba compuesta en su totalidad por grandes propietarios de rebaños, lo cierto es que los sectores privilegiados de la sociedad feudal -nobleza e iglesia- se encontraban entre los mayores ganaderos del reino. No puede olvidarse que el Antiguo Régimen era un sistema político basado en el privilegio, en la desigualdad sancionada por la ley. Por tanto, es lógico deducir que estos dos grupos de propietarios tuvieran un enorme peso a la hora de hacer valer sus intereses. Se configuraron así los famosos privilegios de la Mesta que tantas críticas suscitaron más adelante. ¿Cuáles fueron?

Los grandes rebaños de ovejas merinas necesitaban amplísimos terrenos de pastos para sobrevivir. Esto no debió presentar mayor problema en los primeros momentos, porque las densidades de población tras la Reconquista fueron muy bajas en la mayor parte de las principales áreas de pastos (por ejemplo, gran parte de las actuales Ciudad Real y Extremadura). Sin embargo, conforme aumentaba la población y era necesario roturar más terrenos para alimentarla, fueron apareciendo los privilegios encaminados a conservar el sistema de la trashumancia. La explicación no es solo política. Por supuesto, los grandes propietarios de ganado estaban muy interesados en mantener los pastizales. Pero, además, la exportación exterior de lana era una actividad económica esencial para la Corona de Castilla. Es normal que la Corona legislara para protegerla.

Se pueden resaltar dos privilegios:

1. La prohibición de reducir a cultivo gran parte de las dehesas y tierras de pastos en que se alimentaban los ganados trashumantes.

2. La fijación de un tope máximo para el precio del arriendo de pastos.

Estas dos medidas, muy características de un tipo de economía no basada en los principios del libre mercado sino en el privilegio, permitían a los ganaderos dos cosas: asegurarse los suficientes terrenos de pastos para sus rebaños y poder adquirirlos a un precio que estaba fuera del juego de la oferta y la demanda. Como era de esperar, los conflictos relacionados con los pastos fueron moneda común en la Edad Moderna y nuestros archivos están llenos de pleitos por todo tipo de actividades relacionadas con el mundo pecuario.


El agotamiento del sistema

Escudo de la Mesta.
Sin embargo, el sistema no tocó techo hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Tras la profunda crisis del XVII, la población española comenzó a crecer, tanto que se había duplicado para los años 1790. Parece que las zonas del interior, aquellas donde tenía lugar la trashumancia, fueron de las que más crecieron. La consecuencia es clara: a más población, más necesidad de alimento. Y solo había dos formas de conseguirlo. La primera, a través de la mejora técnica o la intensificación, que entonces era inviable. La segunda, a base de extender los terrenos cultivados. Esta fue la opción que se adoptó.

Hay que recordar que los mejores terrenos de pastos, susceptibles de ser puestos en cultivo, tenían prohibida la roturación. Si a esto se añade que las mejores tierras ya estarían cultivadas, parece obvio que las nuevas tierras cultivadas habrían de ser de peor calidad. Así, nos encontramos con la secuencia siguiente:

1. Incremento de la demanda de cereales.

2. La oferta no puede adaptarse con rapidez a la demanda. Extensión de los cultivos en tierras peores: más trabajo y menos productividad, rendimientos decrecientes.

3. Resultado: aumento del precio de los granos, sobre todo de los cereales panificables (trigo).

¿En qué medida afectó la subida del precio del cereal a los ganaderos mesteños? Se debe buscar la respuesta en el comportamiento de los propietarios de las dehesas. Esta gente veía cómo se estaban incrementando los beneficios de las tierras cultivadas. Puesto que no podían reducir a cultivo las suyas, la opción que les quedaba (siempre dentro de unos límites, pues los privilegios mesteños también regulaban esto) era subir el precio de los pastos. Por tanto, si los ganaderos tenían que comprar el pasto a un precio más alto pero la productividad de sus explotaciones era la misma, los beneficios disminuían.

Además, las nuevas ideas que se extendieron por Europa con la Ilustración, en especial la fisiocracia, veían en la agricultura el principal motor de la riqueza de un país. Los ilustrados, con Jovellanos a la cabeza, se lanzaron a criticar los privilegios de la Mesta, que no permitían poner en cultivo amplios terrenos de pastos, limitando así las posibilidades del crecimiento económico. Sin embargo, aparte de algunas medidas menores, la crítica ilustrada no se transformó en cambios sustanciales. Cosa lógica, porque ello hubiera supuesto atacar los privilegios de nobleza e iglesia, las dos patas sociales en las que se apoyaba el Absolutismo y cuyo desmantelamiento hubiera supuesto el fin del propio sistema. Que fue lo que pasó en el siglo XIX.


La crisis definitiva

La promulgación de la Constitución de 1812
(Salvador Vinuerga).
Las Cortes de Cádiz (1810-1814) son la partida de nacimiento de la revolución liberal española. Como sus hermanas europeas, quería acabar con el feudalismo y sustituirlo por los principios liberales tanto en lo político (fin de los privilegios estamentales, división de poderes, parlamentarismo, igualdad ante la ley...) como en lo económico (capitalismo y libre mercado). Ahora sí, el ataque a las bases que sustentaban el sistema de la Mesta fue total y absoluto. No es de extrañar que los grandes ganaderos se pusieran del lado de la reacción absolutista posterior. 

Para resumir, el programa liberal con respecto a la tierra era liberarla de todas las trabas y servidumbres que había tenido durante el Antiguo Régimen. Se eliminarion los privilegios feudales, pero también se atacaron los usos comunales, lo que motivaría la aversión de una parte del campesinado a la revolución y se traduciría en el apoyo al carlismo. Los terrenos de propios, comunes y baldíos, que hasta estaban amortizados (es decir, no podían venderse), salían ahora al mercado. También se consolidó la iniciativa individual sobre la tierra y se eliminó la prohibición de roturar. En definitiva, se trataba de introducir las relaciones de mercado en el campo, crear un amplio mercado de tierras y potenciar el crecimiento económico. La consecuencia fue el desmantelamiento de los sistemas agrarios tradicionales, hecho de primera magnitud que va mucho más allá del fin de la trashumancia. 

Por lo que a nuestro tema respecta, si ya a finales del siglo XVIII las explotaciones trashumantes redujeron sus beneficios por el alza de los precios del pasto, con la nueva coyuntura entraron directamente en pérdidas. La crisis era imparable, y a ello ayudaron dos factores: la guerra y el hundimiento de los precios de la lana en el mercado exterior. Ambas están muy unidas.

La situación para el comercio exterior de la lana merina española fue inmejorable durante el período 1800-1820. Desde siempre, el mercado europeo había tenido en mucha estima las lanas españolas, y esta tendencia se incrementó a partir del desarrollo de la revolución industrial inglesa, cuyo primer bastión fue la industria textil. Sin embargo, este mismo éxito dio lugar a dos hechos que provocaron la pérdida de la preeminencia española en este mercado:

1. La exportación de lana de peor calidad para cubrir la demanda hizo que los precios bajaran.

2. La aclimatación, e incluso mejora, de la oveja merina en otras zonas que querían emular el éxito español. Fue significativo el éxito que en este empeño alcanzó Sajonia. El mercado se diversificó y los ganaderos españoles perdieron su liderazgo.

El dos de mayo de 1808 en Madrid (Francisco de Goya)
Ambas medidas se vieron agravadas por el impacto de la Guerra de la Independencia (1808-1814). La cabaña ganadera sufrió enormes pérdidas: parte del ganado se utilizó como alimento, parte se perdió, parte fue usurpado por los antiguos pastores y otras personas, que ahora se convertían en propietarios. Los ganaderos perdieron el control de sus ganados, que a veces se encontraban muy lejos debido a la lógica de la trashumancia. Mucha nobleza ganadera se arruinó a lo largo de este proceso. El flujo de comercio exterior se vio alterado por la guerra. Además, otro hecho de primera magnitud vino a dar la puntilla a la desastrosa situación: la exportación de ovejas y carneros merinos por parte de ingleses y franceses con la intención de aclimatarlos en sus respectivos territorios. El capítulo de la hegemonía lanera castellana en Europa tocaba a su fin.

Las restauraciones absolutistas de 1818-1820 y de 1823-1833 trataron de eliminar la legislación liberal antimesteña; pero fue en vano. La crisis de la trashumancia era estructural y profunda. En el siglo XIX, la ganadería entró en un profundo proceso de reestructuración, en el que fue cobrando cada vez mayor importancia el ganado estante combinado con la extensión de los terrenos cultivados. El 31 de enero de 1836 desparecía definitivamente el Honrado Concejo de la Mesta.


Para saber más...

GARCÍA SANZ, A.: "La agonía de la Mesta y el hundimiento de las exportaciones laneras: un capítulo de la crisis económica del Antiguo Régimen en España", en Agricultura y Sociedad, n. 6, 1978, pp. 283-356.

KLEIN, J.: The Mesta. A study in Spanish economic history, 1273-1836. Harvard, 1920. (De este clásico hay edición y reediciones en español. He puesto la versión inglesa porque está el texto completo en pdf).

LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, J.: Mesta, pastos y conflictos en el Campo de Calatrava durante el siglo XVI. Madrid, CSIC, 1987.

RUIZ MARTÍN, F., GARCÍA SANZ, A.: Mesta, trashumancia y lana en la España moderna, Crítica, Barcelona, 1998.

martes, 10 de diciembre de 2013

La corriente de la vida


"La misma corriente vital que fluye por mis venas noche y día fluye por el mundo y danza con rítmicos compases.
Es la misma vida que corre gozosamente por el polvo de la tierra en innumerables briznas de hierba y estalla en olas tumultuosas de hojas y flores.
Es la misma vida que se mece en el océano del nacimiento y la muerte, en el flujo y el reflujo.
Siento en mis miembros la gloria del contacto de este mundo vital. Y siento orgullo de la pulsación de vida inmemorial que baila en mis venas en este momento." 
(R. Tagore, traducción de Esteve Serra) 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pensamientos campestres

Pinturas de Lascaux (Foto: Wikipedia)


26 de diciembre de 2011

Hoy he estado en el campo. Esta mañana pensaba que quizá la naturaleza me gusta tanto porque en ella solo existe el presente. Quiero decir, que el fuego que yo miraba era el mismo con el que se calentaba la humanidad en su primer día, que la encina que hay al lado de mi casa era la misma -aunque no existiera- que había antes de que nacieran los hombres. Y es que la vida tiene la capacidad de actualizarse constantemente, permaneciendo. El sol que me baña es el mismo que calentó a las primeras formas de vida en la Tierra. El viento que me corta las manos congelaba también al hombre que araba estas tierras hace tres siglos. Me asombra la inmediatez de esas sensaciones, de esa belleza efímera que tenemos al alcance de la mano y que apreciamos tan poco. El brillo del rocío en la hierba con el sol de la mañana, la alfombra de musgo y hojas secas de las umbrías, el filo de la luna al atardecer. También nosotros pertenecemos al mismo mundo que las flores y las moscas, muriendo y naciendo hasta que un día todo acabe. Son momentos en los que uno llega a creerse aquello del tiempo circular y el eterno retorno, en que el mito se hace posible. Pero a la vez, la conciencia de lo efímero, de saber que por mucho que vivamos siempre nos parecerá poco, de que un día ya no podremos admirar más las maravillas del mundo, da aún más valor a cada momento. Hay que coleccionar amaneceres y cantos de pájaros, porque un día dejaremos de verlos y de oírlos. No hay nada más importante.